domingo, 19 de enero de 2014

Pesadillas.

Es la tercera pesadilla en pocos días. Las dos anteriores tenían que ver con mi perrito. La última la recuerdo ahora con detalle (la otra se perdió en la lucidez de la vigilia): luego de recibir una noticia que me llenó de angustia y rabia, no se me ocurrió nada mejor que arrojarlo por la ventana. Me desperté sobresaltada, y sólo me tranquilicé cuando lo vi dormido plácidamente a los pies de mi cama.

Hoy la pesadilla fue más extensa, pero no menos terrible. Había estado discutiendo con una vecina sobre política y el tema de los precios, luego se juntaron otros vecinos, y decidí alejarme. No era cuestión de pelearme con todo el mundo. Seguí mi camino y cuando paso delante de una cantina del barrio (de aspecto desconocido en la realidad, pero parecida a tantas), veo en un esquina de la misma, a R., mi ex. Como tenía dudas, volví a pasar para confirmar que era él, y entonces decidí golpear en el vidrio de la ventana para saludarlo e invitarlo a charlar. Pero cuando llegué al lugar, había otras personas en su mesa. Se había ido. Entonces decidí llamarlo por teléfono. Busqué su número en mi agenda de contactos (así son los sueños supongo, porque borrar su número fue una de las primeras cosas que hice cuando rompimos...). Mientras lo hacía, ya estaba yo dentro del restaurante, que de ser el humilde bodegón que se veía al principio, había pasado a verse como un elegante restaurante. Y entonces la veo entrar: alta, elegante, con un vestido blanco de fiesta, y su largo cabello  negro que, en lugar de estar suelto o recogido, había sido cortado en una moderna melena. Se hizo un revuelo en el lugar. Luego de tan larga ausencia pública, verla aparecer así, de repente, en un lugar como ése, era todo un acontecimiento. Ella se ubicó en medio de otros comensales, a la cabecera de la mesa. Fiel a mi atrevimiento de admiradora, me ubiqué al frente de la mesa y me puse a tomarle fotos. Nadie iba a poder creerme la suerte que había tenido: yo allí, pudiendo tenerla tan cerca y con una foto que sería la envidia de mis amigos. En la mesa de enfrente, estaba él, y a su lado, una mujer que yo desconocía.
Ella (la recién llegada) hablaba y hablaba sin parar, mientras hojeaba un enorme libro que tenía sobre la mesa... Y entre las cosas que decía, recuerdo que se quejaba, con serena tranquilidad, que estaban hablando de temas importantes pero a ella no le habían avisado, la habían "dejado fuera". Y de repente, cuando miró hacia la mesa de enfrente, lo vio, y también a la otra mujer. Entonces se levantó veloz como el rayo, se sentó frente a ella, y blandiendo un tenedor, comenzó a gritarle mientras le ponía el tenedor en el cuello de manera amenazante. En ese momento estaba de espaldas a mi, por lo tanto no podía ver su rostro. A los murmullos que ya se se alzaban, comenzaron a sumarse algunos gritos, y a verse flashes, al mismo tiempo que las personas comenzaban a levantarse y alejarse del lugar. Las separaron, supongo, y ella había quedado sola en el círculo del conflicto, entonces me acerqué. Estaba tan sorprendida y a la vez, me daba tanta pena, que la abracé y puse mi cabeza en su pecho. Entonces ella, como perdida, me preguntó quién era. Le di mi nombre, mi ocupación, mientras le decía que la quería y que la admiraba... En medio del caos general, vinieron y se la llevaron. Yo me quedé sola, en el medio, sosteniendo el enorme libro como quien acuna a un niño abandonado. En el aire se mezclaban las voces y mis pensamientos: "Al final era verdad que estaba loca", "Cómo nadie de su entorno o allegados avisó lo que pasaba", "Cómo dejaron que llegáramos a este momento", y mis dudas enormes: "Por qué está pasando esto", "Cómo no nos dimos cuenta"... A mi alrededor, caras de horror, de sorpresa, de odio... Y comenzaba a dibujarse en el aire un miedo primario de que tanto odio acumulado en algunos corazones enfermos se volcara ahora contra mí, que llevaba en mis brazos su libro, que la había amado y admirado, una de las culpables de que hubiésemos llegado hasta aquí, de que no hubiésemos advertido la realidad de lo que pasaba...
Y me fui despacio, antes que el odio me alcanzara...

Mientras me alejaba, veía aún frente a mi su imagen bella y majestuosa, su largo vestido blanco, y trataba de adivinar el horror que se avecinaba: caos, incertidumbre, miedo, revancha, venganza asesina, temía incluso ver, en cualquier momento, volar hacia mí alguna piedra, el comienzo de un ajusticiamiento real, una lapidación, a la manera de los martirios de los primeros cristianos...

Apenas me despierto, comienzo a escribir. Necesito que no se borre. Y mientras escribo, las lágrimas casi me impiden ver, tal es la angustia de revivir la pesadilla, revelada ahora como tal en la vigilia... Los horrores que, durante el día, los "señores del mal" arrojan sobre nosotros, logro exorcizarlos mediante la razón. Pero durante el sueño, el corazón y la mente quedan inermes, vulnerables a los ataques fantasmales. Así es como, sin piedad, se transforman en esas invasivas imágenes de horror.

Espero que al traducirlas en un lenguaje de palabras el peso de la angustia que me generan se vaya diluyendo, como esas nubes negras que el viento se lleva deshaciendo la tormenta...

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viernes, 10 de enero de 2014

Sin luz...¿Y ahora???

A medida que la luz del día iba decayendo traté de poner en marcha algún mecanismo de compensación que me ayudara a mitigar la angustia de la oscuridad total. La luz (eléctrica) había sido cortada y nada de lo que formaba parte de mi "normalidad" cotidiana podía serme útil. Terrible sensación de verme perdida e inerme en medio de la oscuridad, apenas mitigada por la luz de una linterna, o de la siempre salvadora luz de la lámpara de querosene, antigua, olorosa, sucia, una muestra de precariedad y primitivismo que, sin embargo, lograba sacarme de la muda oscuridad.

La realidad cotidiana que percibimos como "normal" también debería incluir como esperables esos penosos momentos (que a veces duran días eternos...) en los que nos damos cuenta qué precario puede ser todo. Estamos atrapados en una red de objetos y conexiones en los que podemos movernos como el pez, pero inconscientes como él del agua en la que nada. Objetos que se vuelven inútiles cuando la "normalidad" se rompe por la falta de luz.
Cuando la energía eléctrica vuelve durante la noche, se anuncia primero con señales sonoras: el contestador que lanza sus "tracks", el ronroneo de la heladera y el ladrido de Junior, mi perrito que, contagiado de mi ansiedad, percibe antes que yo esas señales. Pero también puede ocurrir que se escuchen voces o música, cuando el televisor quedó encendido al momento del corte, y vuelve a la actividad haciendo escuchar las voces de alguna serie o película. También están las pequeñas luces: las verdes y titilantes del router o del módem, la parpadeante luz azul del monitor, la luz roja de la tele apagada, la luz ámbar del decodificador... y podría continuar... Todas y cada una forman parte del conjunto de objetos con los cuales interactúo a diario y que, cuando la otra realidad, la de la falta de energía eléctrica, se hace presente, esa realidad diaria queda en suspenso, sumergiéndome en la incertidumbre. Las pequeñas luces encendidas en una habitación a oscuras son las señales de la "normalidad" energética: todo está funcionando, o podría ser puesto a funcionar.

 Pero no es sólo que la falta de energía me sacude la rutina, sino que la misma rutina de la dependencia eléctrica y la hiper conexión me están pasando factura. ¿En qué momento todos estos objetos se adueñaron de mi vida? Mejor dicho: ¿en qué momento empecé a permitirles que lo hicieran? Porque estoy empezando a tomar nota de que, la hiperconectividad, esa necesidad de estar todo el tiempo conectada a través de los diarios, las redes sociales, la radio, la tele, las lecturas de blogs, mis propias escrituras en mis varios blogs, esa ansiedad por "no perderme nada" y estar al día con todo lo que me interesa, me genera algunos efectos no deseados. Las 24 hs. del día me resultan insuficientes, y a veces lamento que sean ya las 3 de la mañana porque quiero leer los diarios que apenas acaban de ser subidos a la web. O me lamento por tener que optar por ver algún programa de televisión que me interesa, o leer alguno de los libros que también me interesan, además de las rutinas diarias insolasyables, claro. Y me pregunto: ¿cómo hacía cuando trabajaba tantas horas por día, corriendo de un colegio a otro, preparando las clases, corrigiendo trabajos...? 

Desde que me despierto, enciendo la radio. Mientras tomo mate enciendo la compu para conectarme a las redes sociales, pero también sigo escuchando la radio. Y si cabe, escribo en las redes mi opinión, o mi observación, o mi pedido en la página del programa que estoy escuchando, o interactúo con mis contactos-amigos de las redes sociales. Otras veces, escribo sobre algún tema en mis blogs (sobre arte, o política, o economía, o literatura...), y al mismo tiempo mantengo mi conexión con las redes...Si salgo a la calle (a pasear a mi perro, a hacer las compras, a pasear) llevo mi radio o conecto mi celular a la radio, y continúo escuchando algún programa que me interesa. Y si los diarios que revisé antes de acostarme me parecieron importantes por algún tema, los compro (algunos de ellos) para leerlos luego en casa... Y no continúo, porque el día sigue y también la locura, la que percibo mientras escribo, tal vez la mejor manera de darme cuenta que...debo parar!

Cuando la gastroenteróloga me pregunta si estoy nerviosa o ansiosa por algo (porque a pesar de ciertos síntomas, los estudios nada revelan), siento vergüenza de contarle el delirio en el que me metí solita, y que me lleva a no relajarme ni cuando como, ya que mientras lo hago miro tele, o me conecto con la tablet... Y prefiero simplemente decirle que...soy un poco ansiosa... ¿Un poco? ¿Puedo seguir en este ritmo sin que mi cuerpo y mi mente se resientan acusando recibo?
Hace unos días escuché por allí que las personas que viven (?) como yo padecen lo que se conoce como el "síndrome de hiperrealidad", pretendiendo absorber todo lo que se dice, escribe o hace sobre algún aspecto de la realidad, ya que todos sería realmente imposible. En mi caso, ese aspecto es la política, alrededor de la cual gira casi todo mi interés, dejando fuera todo lo demás. Salvo cuando escapo de la hiperconexión para disfrutar del arte, o me sumerjo en la lectura, o paseo con amigos o amigas.

Cuando se corta la energía eléctrica (como pasó en estos días) no queda otra que buscar alternativas, para no caer en la angustia y en el "síndrome de abstinencia", y ahí, más que nunca, la lectura ocupa el lugar que el resto de las horas le roban mis hiperconexiones y mi síndrome de hiperrealidad...

Si algo tuvo de bueno el corte de luz fue que me "obligó" a desconectarme, y...cosa curiosa: me sentí mucho mejor...Será cuestión de ampliar la experiencia, pero sin que sea el corte de luz el que me obligue. 
Por mi propio bien, espero poder...
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