domingo, 26 de febrero de 2017

Pecado original.

Quien más quien menos, alguna vez creímos que la nuestra era una vida digna de ser contada. Por curiosa, por dramática, por increíble... hasta que nos encontramos con relatos de las vidas de otros que dejan las nuestras a la altura de lo conocido o lo repetido.

Recuerdo cuando, siendo adolescente, cayó en mis manos el libro de Van der Mersch: Leed en mi corazón, o cuando mi madre me regaló mi primer libro "largo" y sin ilustraciones: La Princesita, o cuando conocí pormenores de la vida íntima de San Agustín por boca de su mujer, madre de su hijo, Floria, en Vita Brevis... En todas ellas, mujeres, niñas, adolescentes, sufrían por su condición de mujer, sometidas, vejadas, humilladas, y para alimentar mi esperanza, todas ellas, de alguna manera, se veían reivindicadas por su lucha y constancia, por el reconocimiento de otros, en fin, por la vida o por el arte.

Esta vez, la historia de la Papisa Juana contada en un film (La Pontífice), me trajo de vuelta los recuerdos de mis comienzos en la vida, y un paralelo que atraviesa mi condición de mujer, mediada por la incomprensión, los celos, la mediocridad de otros y otras, los mandatos de una sociedad patriarcal o machista. Fueron demasiado poderosas las imágenes y las palabras de la película que dispararon mis recuerdos. 

Mi infancia en un colegio para niñas huérfanas y/o de padres separados en la capital de la provincia, es muy parecida a la de tantos y tantas chicas de cualquier clase social. Recuerdo también la conmoción que me produjo la historia autobiográfica que leí siendo mayor que cuenta Enrique Medina en Las Tumbas; salvando las distancias de violencia masculina, lo familiar resultó estremecedor. Como pasa en tantas historias, en la mía también existe el personaje malvado, el que hace tu vida un infierno y el bueno que te comprende, te escucha, te ayuda. En mi caso, ambos roles eran cumplidos por monjas. Aunque también había otros personajes menos maniqueos, como la monja que nos contaba historias de la Biblia (que nunca olvidé), la Madre Pascua, y con la que di mis primeros pasos aprendiento italiano, ya que las monjas provenían de una congregación nacida en Milán, Italia. O aquella monja enfermera, muy buena pero muy brutal, gracias a la cual padecí toda mi vida un dedo índice mal curado y que me marcó para siempre. O algunas lecciones de humildad que me propinó para curar mi vanidad, tanto o más brutales que la casi amputación de mi dedo: me obligó a destruir todos mis dibujos porque me había atrevido a llevar la carpeta para mostrárselos a mi maestra de primaria, en la escuela a la que asístíamos.  En fin, que la pobre Madre Margarita era muy bruta, para todo. 

La Madre Luisa, la Superiora, apenas chapuceaba el castellano, pero me quería y siempre me escuchaba. Fue la que pensó en mi para hacer el secundario en el María Auxiliadora, ya que el colegio no contaba en ese momento con ninguna escuela, ni primaria ni menos secundaria. Hacia allí me llevó la Madre Luisa solicitando de otra grande, la Hna. Ana, que nos aceptara en el instituto. Con el sagrado compromiso de no defraudar las expectativas, una compañera y yo fuimos admitidas como becadas en el prestigioso instituto platense. 

Fiel al compromiso asumido, y con todo lo que implicaba "no pertenecer" al mismo ambiente social del instituto privado, logré superar esas diferencias con excelentes calificaciones, lo que me permitió ser cada vez más respetada, más allá de esas diferencias. Incluso me propuse (lo que hoy me parece una tontería pero que entonces no me lo parecía) llegar al tope del Cuadro de honor, donde se colocaba la FOTO: la mejor prueba de que mi ascenso por mis méritos había sido logrado. También me había destacado en el monumental coro como solista, y como actriz debutante con bastante éxito...
Pero como en toda buena historia, el malo no falta. El personaje lo encarnaba la Madre Giannina... Durante años y años, incluso durante mi matrimonio varias décadas después, soñaba con esa monja, con el terror que ella nos inspiraba y con el ambiente irrespirable que había infundido en el colegio, apenas neutralizado por la bondad de la Madre Superiora. Todas teníamos tareas de limpieza asignadas dentro del colegio, pero como yo asistía la mitad de la jornada al María Auxiliadora y luego tenía que estudiar, la monja veía frustrado su plan de someterme a dichas tareas. Todo el tiempo me amenazaba con que, si yo generaba problemas en el otro instituto, no sólo dejaría de asistir: sería echada del colegio. Pero mi fuerza era mayor y sólo traía buenas noticias, cada vez mejores, y luego excelentes... Pero para humillarme, me había asignado una tarea "especial" para los días sábados: debía limpiar las escaleras de mármol que iban desde la planta baja a los dormitorios, obviamente, de rodillas, no  había otra manera. La escena de la película La Pontífice (con la historia de la Papisa Juana), me trajo el recuerdo brutalmente hasta el presente.

La jovencita había realizado un trabajo impecable, mejor que cualquiera de sus compañeros varones (sólo éstos eran aceptados para ser educados en el obispado, en el siglo IX). Para castigarla y enseñarle "humildad", el maestro le asigna tareas mortificantes, obligándola a ponerse de rodillas para realizarlas.


La joven Juana había recordado, a pedido de su maestro, qué decía San Pablo sobre las mujeres: someterse a la voluntad del hombre pero, sobre todo, permanecer en SILENCIO.
Recuerdo que uno de los reproches que la Madre Giannina me hacía tenían que ver con mi orgullo: "es uno de los pecados capitales", me decía siempre. Y también me llamaba "contestadora", porque difícilmente me callaba cuando me hacían alguna observación, y solamente con el miedo y el terror al castigo físico, logró que me callara e hiciera SILENCIO...Todavía hoy, a las mujeres que levantan la voz, que reclaman o que gritan, las llaman LOCAS, así como llamaban BRUJAS a las que ejercían roles de médico en épocas primitivas y usando elementos naturales.
La Floria de San Agustín (según el relato de Jostein Gaarder en Vita Brevis, solo hizo oir "su voz" a través del relato ficticio de su propia historia, en la que la mujer que había hecho feliz y dado un hijo al futuro Padre de la Iglesia, nos cuenta su "pelea" con quien consideraba a la mujer un ser inferior, una tentadora que se aprovecha de la debilidad carnal del hombre, y a quien, siguiendo la influencia de su madre, Santa Mónica, abandó junto con su hijo para dedicarse por entero a su papel de difusor y pensador cristiano.  Floria, a quien Agustín no nombra, aparece en las Confesiones del Santo, como parte de esa vida de "pecado" de la que luego se arrepiente, y lo que genera, según Gaarder, los reproches de Floria.
La mujer como ser inferior al hombre contada por el relato católico, también es mencionado por la joven Juana en el obispado al que ingresa (La Pontífice). Sometida a discusión frente a esas aseveraciones, da una respuesta que sorprende a todos, y genera el rencor en su futuro maestro: 

Eva fue creada de la costilla de Adán (según la Biblia), mientras que Adán fue creado a partir del barro. Y respecto de la manzana, Eva la come tentada por el demonio porque le prometía la SABIDURÍA que ese árbol prohibido le daría, mientras que Adán solo la come porque Eva se lo pide...
Pecado original. Adán y Eva expulsados del Paraíso. Miguel Ángel. Capilla Sixtina.
El Pecado Original, según cuenta la Biblia en el Génesis, es el que da origen a todos los males y sufrimientos que, tanto hombres como mujeres, padecerán en el futuro, esa vida que comienza luego que Adán y Eva son expulsados del Paraíso, castigados por haber comido el fruto del árbol prohibido: parir con dolor para la mujer, ganarse el pan con el sudor de su frente para el hombre... etc. Pocos se detienen a pensar que, en realidad, ese Pecado Original no fue solo la DESOBEDIENCIA al mandato de Dios, sino la búsqueda de la SABIDURÍA, y ésta búsqueda la encarnó Eva. El revelador libro Dios nació mujer, del antropólogo Pepe Rodríguez, cuenta cómo al principio de los tiempos, los grupos humanos que vivían en sociedades tenían como dios principal a una MUJER. Con el advenimiento de la agricultura y el necesario sedentarismo, las tareas se dividieron. Así fueron asignadas a las mujeres las tareas relacionadas solo con los hijos y el hogar, mientras los hombres se ocupaban de la cacería para conseguir alimento, y de las guerras para aumentar sus dominios o conservarlos. Desde entonces hasta hoy, hubo muchos cambios, pero en el fondo, y no tan en el fondo, la mujer todavía tiene que estar defendiendo su derecho a ejercer ese antiguo rol que le daba protagonismo y le permitía desarrollar sus potencialidades, todavía hoy tiene que pedir permiso o pedir disculpas si quiere SABER,  si para ello debe soslayar los mandatos patriarcales de ser madre, esposa y "reina del hogar". Muchas todavía hoy son incapaces de ejercer esos roles a los que son llamadas sin compensarlo ejerciendo, además, las ancentrales tareas de "guardadora del hogar".
Qué poco nos conocen muchos todavía...
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