viernes, 10 de enero de 2014

Sin luz...¿Y ahora???

A medida que la luz del día iba decayendo traté de poner en marcha algún mecanismo de compensación que me ayudara a mitigar la angustia de la oscuridad total. La luz (eléctrica) había sido cortada y nada de lo que formaba parte de mi "normalidad" cotidiana podía serme útil. Terrible sensación de verme perdida e inerme en medio de la oscuridad, apenas mitigada por la luz de una linterna, o de la siempre salvadora luz de la lámpara de querosene, antigua, olorosa, sucia, una muestra de precariedad y primitivismo que, sin embargo, lograba sacarme de la muda oscuridad.

La realidad cotidiana que percibimos como "normal" también debería incluir como esperables esos penosos momentos (que a veces duran días eternos...) en los que nos damos cuenta qué precario puede ser todo. Estamos atrapados en una red de objetos y conexiones en los que podemos movernos como el pez, pero inconscientes como él del agua en la que nada. Objetos que se vuelven inútiles cuando la "normalidad" se rompe por la falta de luz.
Cuando la energía eléctrica vuelve durante la noche, se anuncia primero con señales sonoras: el contestador que lanza sus "tracks", el ronroneo de la heladera y el ladrido de Junior, mi perrito que, contagiado de mi ansiedad, percibe antes que yo esas señales. Pero también puede ocurrir que se escuchen voces o música, cuando el televisor quedó encendido al momento del corte, y vuelve a la actividad haciendo escuchar las voces de alguna serie o película. También están las pequeñas luces: las verdes y titilantes del router o del módem, la parpadeante luz azul del monitor, la luz roja de la tele apagada, la luz ámbar del decodificador... y podría continuar... Todas y cada una forman parte del conjunto de objetos con los cuales interactúo a diario y que, cuando la otra realidad, la de la falta de energía eléctrica, se hace presente, esa realidad diaria queda en suspenso, sumergiéndome en la incertidumbre. Las pequeñas luces encendidas en una habitación a oscuras son las señales de la "normalidad" energética: todo está funcionando, o podría ser puesto a funcionar.

 Pero no es sólo que la falta de energía me sacude la rutina, sino que la misma rutina de la dependencia eléctrica y la hiper conexión me están pasando factura. ¿En qué momento todos estos objetos se adueñaron de mi vida? Mejor dicho: ¿en qué momento empecé a permitirles que lo hicieran? Porque estoy empezando a tomar nota de que, la hiperconectividad, esa necesidad de estar todo el tiempo conectada a través de los diarios, las redes sociales, la radio, la tele, las lecturas de blogs, mis propias escrituras en mis varios blogs, esa ansiedad por "no perderme nada" y estar al día con todo lo que me interesa, me genera algunos efectos no deseados. Las 24 hs. del día me resultan insuficientes, y a veces lamento que sean ya las 3 de la mañana porque quiero leer los diarios que apenas acaban de ser subidos a la web. O me lamento por tener que optar por ver algún programa de televisión que me interesa, o leer alguno de los libros que también me interesan, además de las rutinas diarias insolasyables, claro. Y me pregunto: ¿cómo hacía cuando trabajaba tantas horas por día, corriendo de un colegio a otro, preparando las clases, corrigiendo trabajos...? 

Desde que me despierto, enciendo la radio. Mientras tomo mate enciendo la compu para conectarme a las redes sociales, pero también sigo escuchando la radio. Y si cabe, escribo en las redes mi opinión, o mi observación, o mi pedido en la página del programa que estoy escuchando, o interactúo con mis contactos-amigos de las redes sociales. Otras veces, escribo sobre algún tema en mis blogs (sobre arte, o política, o economía, o literatura...), y al mismo tiempo mantengo mi conexión con las redes...Si salgo a la calle (a pasear a mi perro, a hacer las compras, a pasear) llevo mi radio o conecto mi celular a la radio, y continúo escuchando algún programa que me interesa. Y si los diarios que revisé antes de acostarme me parecieron importantes por algún tema, los compro (algunos de ellos) para leerlos luego en casa... Y no continúo, porque el día sigue y también la locura, la que percibo mientras escribo, tal vez la mejor manera de darme cuenta que...debo parar!

Cuando la gastroenteróloga me pregunta si estoy nerviosa o ansiosa por algo (porque a pesar de ciertos síntomas, los estudios nada revelan), siento vergüenza de contarle el delirio en el que me metí solita, y que me lleva a no relajarme ni cuando como, ya que mientras lo hago miro tele, o me conecto con la tablet... Y prefiero simplemente decirle que...soy un poco ansiosa... ¿Un poco? ¿Puedo seguir en este ritmo sin que mi cuerpo y mi mente se resientan acusando recibo?
Hace unos días escuché por allí que las personas que viven (?) como yo padecen lo que se conoce como el "síndrome de hiperrealidad", pretendiendo absorber todo lo que se dice, escribe o hace sobre algún aspecto de la realidad, ya que todos sería realmente imposible. En mi caso, ese aspecto es la política, alrededor de la cual gira casi todo mi interés, dejando fuera todo lo demás. Salvo cuando escapo de la hiperconexión para disfrutar del arte, o me sumerjo en la lectura, o paseo con amigos o amigas.

Cuando se corta la energía eléctrica (como pasó en estos días) no queda otra que buscar alternativas, para no caer en la angustia y en el "síndrome de abstinencia", y ahí, más que nunca, la lectura ocupa el lugar que el resto de las horas le roban mis hiperconexiones y mi síndrome de hiperrealidad...

Si algo tuvo de bueno el corte de luz fue que me "obligó" a desconectarme, y...cosa curiosa: me sentí mucho mejor...Será cuestión de ampliar la experiencia, pero sin que sea el corte de luz el que me obligue. 
Por mi propio bien, espero poder...
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