lunes, 1 de diciembre de 2014

A mi las uñas me crecen rápido...

(Escritora invitada: Florencia Monti).

El verde metalizado de mi bici Stucchi a pesar de tantos días que no la saco sigue brillando, pero a partir de hoy que empezaron las vacaciones de la escuela, lo que más me gusta es salir cuando no hay nadie en la calle.
Los malvones del costado, los que bordean el caminito para salir por el portón grande, por donde estoy yendo ahora están que revientan. Son todas coloradas, como las uñas de mamá. Cuando se las pinta, pone los dedos para arriba y con un pincelito que viene pegado a la tapa del frasquito, se las pinta y repinta, a veces me dice,
_¡Corré! ...traeme un pedacito de papel higiénico...
Y yo corro y le traigo el pedacito porque está por tomar el tren y no quiere perderlo. Justo ahora me acuerdo lo que me dijo Marita la semana pasada. Me dijo:
_¿Nunca te pintaste los labios con pétalos de malvón?.
_¿Qué? le dije, te lo refregás...?
_No tarada, te los pegás con saliva.
Entonces sin bajarme de la bici, arranco un puñadito de pétalos y como dijo Marita, me los voy pegando con saliva, también en las uñas. Me miro en el vidrio de la ventana y sí, parecen de veras. Entonces  de contenta que estoy salgo a lo loco por el frente hacia la calle. Claro que con la velocidad algunas se me vuelan pero las vuelvo a pegar  y apreto  los labios así, ya está. En la vuelta número cinco veo a papá que está en el jardín leyendo el diario. Le voy a dar una sorpresa. Qué lástima que no puedo hablar porque tengo la boca cerrada y también tengo que levantar un poco la cabeza.
Entro por la bajadita frenando con los pies, ¡qué plato, cuando me vea!...
La dejo acá nomas total... 
Salto de la bici y me paro frente a él, empujo con un dedo el diario y espero, levanto las manos para mostrarle las uñas y pongo la boca tipo trompa para que no se me caigan, digo; 
¡Mmppáaa!...
Me mira por encima de los anteojos y pone una cara más rara...en lugar de felicitarme grita 
_¡Linin!
Se abre la puerta de tejido y aparece mamá.
_Qué pasa, qué pasa...dice.
_Mirá un poco lo que hizo esta chica, llévatela a ver si le lavas la cara.
Mamá se pone a gritar diciendo:
 _No te dá vergüenza_  y me dá una palmada en la cabeza. Se me despega el malvón del labio de arriba, yo lloro y lloro. Me lava la cara con jabón, hasta los ojos me lava. Encima me cortaron las uñas y un pedazo de pellejito.
Y después me lo paso escuchando: Se parece a la mamá...si es toda la cara suya, Linin. Y cuando me quiero parecer  más mirá lo que me hacen, decí que a mi las uñas me crecen rápido.
Y al final tanto lío por un malvón, con todos los que tienen...
Verano de 1947 (dentro de poco cumplo los 10, já!) 
Firmado: Bebi Monti.
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sábado, 25 de octubre de 2014

Espejos y reflejos.

El espejo es el que contiene un "otro" inexorable. Podemos taparlo, podemos no mirarlo, pero si nos ponemos frente a él, se nos mostrará implacable...Pero al mismo tiempo, una vez que incorporamos ese espejo en nuestra vida, se transforma en un otro familiar. Tan familiar que muchas veces olvidamos que nos vimos en él.
El espejo familiar se nos hace invisible: nos vemos en él, e inmediatamente lo olvidamos. El espejo ajeno, en cambio, posee la amenaza de lo extraño, lo nuevo, lo no reconocido. Desconcertante incluso, como si lo que vemos reflejado fuese la imagen de otro distinto a nosotros.
Los espejos satisfacen el deseo de vernos para reconocernos, aún cuando lo que veamos sea engañoso. Al mismo tiempo, la necesidad de reproducir, de alguna manera, esa realidad palpable y cotidiana como una imagen que el espejo atrapa.

Pero los espejos que nos reflejan están, en realidad, tapando, ocultando, al tiempo que nos muestran. Porque para poder vernos en ellos, la superficie ha sido tapada con material reflectante: azogue, un metal bruñido, incluso el agua quieta podría servir para mirarnos en ella. Pero la superficie transparente nos permite atraversarla y ver del otro lado. Si el Narciso del mito no se hubiera engañado con el reflejo de su imagen, podría haber visto, tras la transparencia del agua, la hondura en la cayó para morir. Y así el reflejo de su rostro pudo engañarlo para tragárselo.

El mito de Narciso tiene cierta carga moral: no está bueno dejarse engañar por los espejos... De este mito se nutre el psicoanálisis para ponerle nombre a un trastorno de la personalidad: el narcisismo, cuando la necesidad de verse reflejado traspasa los límites de una necesidad primaria y se convierte en algo que nos domina. En el mito (y según las Metamorfosis, de Ovidio), el joven Narciso que se enamora de su propio reflejo y cae para morir ahogado, termina convertido en la flor que lleva su nombre. Una poética forma de transformación, o un castigo a la vanidad.

Los espejos tienen misterio, enigma, paradojas.

Esta mañana, mientras hacía mi caminata diaria y aprovechando para captar imágenes con mi cámara, me encontré con un espejo. Estaba en un lugar no esperado: el interior de un zaguán, porque era un zaguán lo que buscaba, pero encontré un espejo. Y entonces aproveché a mirarme en él...pero con mi cámara...

La foto es un juego de reflejos engañosos, de brillos, de superposiciones, de transparencias. Ninguno de estos efectos fue buscado. Más bien, son el resultado intuitivo de una captación espontánea. Y si bien es MI imagen la que aparece, y dos veces, ninguna de ellas es útil para mostrarme.
Si la idea de una autofoto es mostrarse, en ésta prima el ocultamiento, la imagen fantasmal, la indefinición, la distancia que achica la figura frente al predominio de los espacios, la figura apenas insinuada en el primer plano, en el reflejo de la puerta cancel... Porque además del espejo que refleja la figura, está el reflejo parcial en el vidrio transparente, que funciona en parte como espejo y en parte desapareciendo para mostrar la luz que lo atraviesa, de lo contrario habría sido imposible ver el reflejo de la imagen en el fondo, así como el zaguán mismo.
Nada indica que la intención haya sido mostrarme. Más bien, un juego de imágenes falsas que ocultan más que revelan...Nadie que no me conozca, me conocerá a través de esta imagen. Y tal vez alguien opine que primó la búsqueda estética, o que, en cambio, esta búsqueda fue el instrumento para una imagen esquiva.¡Quién sabe!

Tal vez por sentirlo ajeno, desconocido, extraño, no me dio confianza como para permitir en él mi imagen, pero lo cierto es que, una vez más, la ambigüedad de los espejos y los reflejos dejarán la puerta abierta para las interpretaciones, incluso la mía.
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Memorias del paraíso.

Quién diría que una flor tan pequeña, insignificante casi, fuera capaz de semejantes revoluciones de la memoria. A menos que uno haya pasado antes por el lugar, o que el mismo sea parte de los paseos habituales, la flor del paraíso pasa inadvertida, invisible casi. Es su perfume el que la delata, el que revela su poder de atracción y su poder de evocación, cuando el mismo está presente en la bolsa de los recuerdos. 

En el colegio sabíamos que había llegado la primavera, en especial, porque a través de los enormes e inaccesibles ventanales abiertos a la calle nos llegaba el aroma de los paraísos. Enormes, añosos, cargados de flores, bordeaban (bordean todavía) las calles que rodeaban el colegio de la ciudad de las diagonales. Sentir el aroma de sus minúsculas pero numerosas flores era palpitar que, algo de una promesa de vida y alegría podría colarse a través de esas ventanas abiertas a la libertad. Detrás de esas altas paredes, un puñado de niñas soñábamos con, alguna vez, salir para siempre de allí para no volver. Porque salíamos para ir a la escuela primaria (que estaba enfrente), para hacer algunos mandados para las monjas, para alguna que otra salida (al zoológico, al bosque, al museo, al cine), las salidas con algún familiar (las que lo teníamos) pero después, inexorablemente, debíamos volver al viejo colegio. Y así durante años... 11 de mi vida los pasé allí, esperando que, como la protagonista de "Leed en mi corazón", o la de "La princesita", la pesadilla terminara y las paredes al fin cayeran para no levantarse nunca más. 
Pero los paraísos con sus olorosas flores nos abrían a la ilusión... Muchas habíamos conocido amigos varones en la escuela primaria de enfrente, que era mixta, y vivían por el barrio. Así que, más de una vez, los encontrábamos en algunas de esas salidas, y alguna vez (en el colmo del atrevimiento) los habíamos escuchado corretear con sus bicis por la calle de los paraísos, y nos habíamos animado a charlar con ellos, ventanales de por medio. Nuestros escarceos con los chicos del barrio no pasaban de eso: ser compañeros de la primaria, verlos pasar en alguna salida, charlar con ellos a través de un ventanal...
Sentir hoy el aroma de las flores del paraíso tiene el sabor agridulce que, para mi, tienen los recuerdos asociados a aquél lugar: la vida esperanzada que la primavera nos acercaba a través de los ventanales, y no saber cuándo íbamos a poder liberarnos de esas tristes paredes. 
Nunca más volví al colegio, como si al hacerlo pudiera borrar muchas de las horas de lágrimas y soledades, pero hoy, como cuando una cosa lleva a la otra, el Google con el Street View me permitió "visitarlo" de manera virtual. El colegio ya no existe (hay un museo dependiente de la UCA en su lugar) pero el edificio todavía está...

Si alguien me hubiera dicho que podría ver el colegio desde afuera y sin estar allí, no le hubiera creído. Pero tantos años después hicieron la magia: la tecnología y el tiempo. También están los paraísos, los mismos, pero con otras flores. Sin embargo, el aroma que hoy me lleva subida a los recuerdos es el mismo. Eso tampoco cambió...

El año pasado, mientras caminaba por mi barrio, otra vez las flores del paraíso me llevaron hacia los recuerdos. Pero esta vez, no encontré las flores que lo originaban en lo alto de las copas, sino en la vereda. 

El desaprensivo alcalde porteño, haciendo gala, una vez más, de un descuido difícil de explicar, había mandado podar el árbol del paraíso. Y las ramas cargadas de flores aparecían abandonadas en un ominoso montón. En mi desesperación, sólo atiné a tratar de rescatar algunas de las pequeñas y olorosas flores, y me las llevé, como cuando me llevé a Mafalda, que en medio de sus maullidos desesperados pedía auxilio. El pedido silencioso de las flores del paraíso sólo se expresaba en una última exhalación de su perfume.  Hice un ramo algo maltrecho con las que pude rescatar y me las llevé, para que, al menos por unos días, unas horas más, me regalaran su perfume, cargado de agridulces recuerdos.


Ver imágenes actuales de mi antiguo colegio ya no me produce dolor y los malos recuerdos parecen haber sido exorcizados. El temor a volver al colegio luego de un fin de semana familiar que recurrentemente aparecía en mis sueños, aun después de casada, también se ha ido. Es como si el aroma de las flores del paraíso se hubiera despojado de la carga amarga y sólo quedara en él sólo el sabor dulzón de la primavera.
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viernes, 30 de mayo de 2014

Si sos mi amiga, si sos mi amigo...

Si sos mi amiga, si sos mi amigo...

...evitame el dolor inútil, la verdad que sólo sirve para hacer daño, la verdad que no construye nada...
...no me avasalles imponiéndome tus ideas, ni pretendas cambiar las mías...
...respetá mis silencios, mis dolores, mis opciones...
...no me dés consejos que no te pedí...
...no me juzgues, porque al decirme lo que debería haber hecho, cuando hice algo diferente, me estás juzgando y condenando...
...no me digas lo que tengo que hacer, porque somos personas diferentes...
...no pretendas que sea como vos, porque me estarías cambiando...
...si me elegiste como amiga, será por lo que soy y como soy, no quieras que sea otra...
...deberías saber que nadie me conoce como yo misma, y sólo yo soy dueña de mis decisiones y de mis errores, los que pagaré como corresponde, y nadie más lo hará en mi lugar...
...no me mientas un cariño que no sentís, ni me prometas lo que nunca vas a hacer ni vas a dar...
...no me uses, no me manipules, no pretendas confundir afecto con aprovechamiento...
Si podemos compartir ideas, gustos, intereses, bien...De lo contrario, compartamos sólo (y nada menos que) un afecto sincero, donde el respeto hacia el otro sea lo primero.

Si todo esto te resulta sólo una queja, es porque no tenés muy claro lo que significa AMISTAD, y no seré yo quien te lo enseñe.
Hay cosas que se saben, y no se aprenden, por más que alguien alguna vez nos lo diga.

Si no se entiende, es preferible el silencio,
...o la ausencia...
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jueves, 15 de mayo de 2014

...Y volvió a pasar...

En la sala de espera.
El día que decidí que iba a formar parte de mi vida, hacía mucho tiempo que el recuerdo doloroso de mi perrita Dachshund me frenaba para dar el paso decisivo. Pasaron varios años... El dolor de la pérdida había sido tan grande, el trauma de la "cucha vacía" tan persistente, que me costaba desprenderme de ellos. También arrastraba mucha culpa: todas las horas que no pasaba con ella, fuera por trabajo o por diversión, se acumularon con retroactividad y con fuerza suficiente como para querer compensarlas con una nueva mascota. De manera que, en mi decisión, venía incluída la de no hacer más viajes largos que me obligaran a dejarlo, y la de transformar cada una de mis salidas, en posibles salidas en su compañía. Que iba a hacer lo imposible para estar todo el tiempo junto a él. Y, salvo el 1º año en que coincidieron mi trabajo y su presencia, puedo decir que cumplí mi promesa.

Sin embargo, la negra mano de la Parca lo hizo otra vez... Ayer arrancó de mi vida a mi perrita. Hoy lo hizo con mi Junior. Justo una hora después de esa imagen que lo muestra tan lleno de vida en la sala de espera de la veterinaria, había partido para siempre. Paro cardíaco, me dijeron, al final de un cirugía rutinaria. Pero...¿cómo entender que un ser alegre, vital, amigable hasta la molestia, bello y bueno, ya no vivía más? ¿Cómo llegar a mi casa sin él? ¿Cómo encarar cada momento de mi vida, con las rutinas que lo incluían, sabiendo que no está, y que nunca más va a estar?

Otra vez, como antes, la casa estará llena de sus cosas, sus olores, su ropita...y su ausencia. Otra vez a sentir a cada paso que doy que él podría estar allí...pero que no está, y no estará nunca más...
Me duelen los ojos de llorar, me duele la cara, me duele el estómago, me duele el corazón, y me duele el alma...
Tengo a mi gatita Mafalda conmigo, gracias a Dios (el mismo Dios que se lo llevó a él y me la trajo a ella) pero seguramente también ella sentirá su ausencia: hoy miraba su cucha, desorientada, como yo cuando me dieron la terrible noticia en la veterinaria, y tuve que preguntar dónde estaba, porque había perdido la noción de mi ubicación... Pero por ahora sólo duerme... Y yo la miro, imaginando que lo extraña y el alma se me parte... Ojalá que sólo sea mi propio dolor el que pretendo poner en ella. Quisiera que no sufriera como lo estoy haciendo yo. ¡Ojalá!

Amigos virtuales y amigos reales me hicieron llegar sus abrazos, y con ellos me reconforté. Pero las horas, los días, los meses que siguen, deberé transitarlos sola, cosiendo puntada a puntada la cicatriz que se irá formando, a medida que elaboro mi duelo. Lloraré en cada rincón en que no lo vea, cuando llegue y no lo vea esperándome detrás de la puerta, cuando esté comiendo y no lo escuche lloriqueando para que le dé algo de lo que yo como, corriéndose con Mafalda como dos enloquecidos, pidiéndome que lo suba a la cama, o viniendo a mis pies para que lo acaricie o le rasque la pancita...Lloraré con cada amigo o amiga que me llame, o a quienes les cuente que él ya no está, y que no lo entenderán, como no lo entiendo yo, que todavía espero estar en medio de una pesadilla, de la que voy a despertar para ver a los pies de mi cama sus ojitos negros...

¡Ojalá sea una pesadilla! Es la única esperanza que me queda...
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jueves, 1 de mayo de 2014

Llena eres de gracia...

La subo a mis brazos, la acaricio, la escucho, y no me canso de mirarla...

El primer llamado fueron unos lastimosos maullidos, desesperados y estridentes, con los cuales su pedido de auxilio llegó hasta mí. Estaba en el pasillo de una casa mientras un inhumano trataba de echarla a patadas, ignorando (y provocando) sus alaridos de miedo y dolor. Era tan chiquita, tan desvalida... La levanté y me la llevé conmigo, en medio de sus maullidos y llevando a mi perrito con su correa, de vuelta a casa...sin saber exactamente qué iba a hacer con ella. Jamás había tenido un gato, y menos imaginaba una convivencia con mi perro, amigable con todos, incluso con otros gatos, pero dueño de su casa y de su lugar. Ahora, después de un año, puedo decir que lo logramos...o casi.

Desde chiquita descubrí que, algunas veces cuando la levantaba en mis brazos, comenzaba una faena extraña para mí, pero aparentemente normal para quienes saben de gatos: yo la bauticé el "chupa-chups", por el nombre de una golosina que conocí en Barcelona, una especie de chupetín, pero a la vez relacionada con su "trabajo". Mientras "amasa" mi brazo (que sus uñitas llenan, ¡ay!, de pequeñas heridas) mete su hociquito en mi axila succionando, como si buscara mamar... Hoy tiene más de un año y todavía lo hace. A veces salta a mi regazo mientras estoy tomando mate en la compu, y mientras comienza su chupa-chups yo la acaricio...hasta que se duerme. La ternura y la felicidad que me producen esos momentos es infinita...
Cambió mi casa, como no lo había hecho mi perrito. Si bien es claramente autosuficiente (salvo el tener que darle la comida y atenderla en algunos de sus juegos), mis cortinas sintieron su presencia mostrando graciosos frunces, y mi sillón tiene que lucir un "vestido" cuando vienen visitas, porque sus uñas han hecho estragos en sus apoya brazos. Y el balcón ha sido cerrado con una protección hasta el techo, no sea cosa que se le ocurra saltar, ya que atrevimiento le sobra.

Tuve que aprender a acariciarla y entender qué cosas le gustaban y cuáles le molestaban, mientras mi cuerpo se iba llenando de arañazos y mordidas, avisos que ahora, que es más grande, son apenas simbólicos: una "casi" mordida es la señal para "eso no me gusta", aunque a veces el límite entre el juego y la pelea es difuso. Y de éso bien sabe mi perrito, que con su enorme paciencia tiene que soportar que ella lo desplace de su cucha, de su sillón, lo provoque a jugar a las corridas y bancarse la humillación de algún que otro manotazo, algunos "abrazos" dados al saltar sobre su cuerpo, cuando no algunas piruetas estilo "rango" con los que el pobre queda desconcertado y ofendido.


Cuando la levantaba siendo chiquita y con apenas dos meses, la sentía tan leve, tan suave y tibia, que me conmovía hasta el infinito. Ahora es más grande, pero siento la misma ternura cada vez que la tengo en mis brazos. La acaricio, y siento su pelo suave, mullido, cálido, y mi mano la recorre hasta la cola, aunque a veces, y aunque se resista, acaricio también sus flancos o su panza, en medio de manotazos y amago de mordiscones, que se transforman en un juego de "a ver quién puede a quién", que finalmente termina ganando...

Fui descubriendo su lenguaje, hecho de maullidos, gruñidos, ronroneos, siempre diferentes y siempre elocuentes, sabiendo interpretarlos... Pero los más graciosos los usa cuando quiere comer y me persigue hasta su "cuartito" mientras llevo su plato de comida, mostrándola como una plañidera actriz exagerando su papel de "pobrecita", o cuando corre, salta o trepa mientras lanza un sordo prrrrrrr, la mejor señal para mi de que está feliz...

 "Todo gato dormirá con las personas siempre que sea posible, en una
posición corporal tan incómoda para las personas como sea posible." - Young

Y la mía duerme conmigo cuando tiene ganas. Eso sí: arriba de mi cuerpo, sea de mi panza o de mis piernas, pero siempre de tal manera que, para no acalambrarme, tenga que hacer creativas maniobras de acomodamiento, siempre y cuando no la incomode.


Pero lo que más fascinación me produce es mirarla... Ya sea que camine, salte, duerma, se estire o haga travesuras (como treparse a los muebles o a la reja del balcón, o meterse en el placard o en los cajones), cierre los ojos mientras la acaricio, o los abra esperando con desesperación que le tire un bollito de papel para jugar, cada uno de esos movimientos quisiera poder capturarlos para siempre en una imagen. Cada uno de ellos me parece digno de un cuadro, tan llena de gracia la veo.Y al mismo tiempo veo en ella mucho más que, como dice la frase de Víctor Hugo: "Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre." Ella representa para mí toda la ternura, el encanto, la gracia y la belleza, algo que, aun siendo amante de los perros toda mi vida, jamás sentí de la misma forma tal como ella me lo hace sentir. Es raro, inexplicable, pero comprendo a aquellos que, alguna vez me dijeron y que recién ahora puedo entender: quien no tuvo jamás un gato, no sabe exactamente qué se está perdiendo.
"El más pequeño gato es una obra maestra", dice Leonardo da Vinci. Puedo dar fe de ello.
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En-sueños.


Estaban allí, compartiendo un espacio entre clase y clase, un lugar pequeño junto con otras personas que se disuelven en la desmemoria...o en el ensueño... Pero lo seguro es que no estaban solos, aunque parecía. Hablaban de los textos, aludían a los apuntes, casi cómplices de una charla que sólo ellos tenían, pero que carecían de algún contenido especial, como no fuera el relativo a las clases que compartían. Pero también hablaban de otras cosas... ¿Qué cosas? No venía al caso. Podía ser cualquiera. La cuestión era la intimidad compartida, la complicidad, el estar juntos con cualquier excusa. Allí supo por él que era ingeniero... Lo miró de una manera especial: había algo en los ingenieros que a ella la cautivaba. No sabía si tenía que ver con su pasado, o con el contraste entre la ciencia y el arte que ella amaba, quién sabe... Algo de mágico había en esa atracción. Como él vivía enfrente, había traído al pequeño lugar objetos que usaba: una cafetera, libros, equipo de audio... Pero en ese momento estaban en un descanso y, mientras él tomaba mate, ella se deleiteba con un enorme tazón de café con leche, acompañándolo con galletitas. 

_¿Te pido un favor?_ le dijo él, mirando su taza. _Cuando termines tu café con leche, dejá para mí la sopa de galletitas que quedan en el fondo. ¡Me encantan...!_
_Por supuesto_ respondió no sin sorpresa... y sientiendo el extraño placer de poder hacer algo a su pedido.
Luego se fueron cada uno por su lado. Y mientras ella volvía para su casa, bordeando la vía, recordó que había terminado su tazón hasta el final, sin dejar nada, y olvidándose del pedido de él... Quiso morir, y sintió vergüenza... Pero qué remedio: el mal ya estaba hecho y la sopita en su panza...

Cuando al otro día volvió a encontrarlo, lo sintió más cerca que antes todavía sin explicarse por qué, y en medio de una disculpa, le echó los brazos al cuello mientras él la abrazaba... Su cara quedó en el hueco entre su mejilla y el hombro, y sintió su piel cálida, suave recién afeitada, y el débil aroma de la loción que usaba. 
Acarició con suavidad su mejilla, y sintió que entre ellos, algo había cambiado a partir de ese momento, que nunca nada iba a ser igual...
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domingo, 19 de enero de 2014

Pesadillas.

Es la tercera pesadilla en pocos días. Las dos anteriores tenían que ver con mi perrito. La última la recuerdo ahora con detalle (la otra se perdió en la lucidez de la vigilia): luego de recibir una noticia que me llenó de angustia y rabia, no se me ocurrió nada mejor que arrojarlo por la ventana. Me desperté sobresaltada, y sólo me tranquilicé cuando lo vi dormido plácidamente a los pies de mi cama.

Hoy la pesadilla fue más extensa, pero no menos terrible. Había estado discutiendo con una vecina sobre política y el tema de los precios, luego se juntaron otros vecinos, y decidí alejarme. No era cuestión de pelearme con todo el mundo. Seguí mi camino y cuando paso delante de una cantina del barrio (de aspecto desconocido en la realidad, pero parecida a tantas), veo en un esquina de la misma, a R., mi ex. Como tenía dudas, volví a pasar para confirmar que era él, y entonces decidí golpear en el vidrio de la ventana para saludarlo e invitarlo a charlar. Pero cuando llegué al lugar, había otras personas en su mesa. Se había ido. Entonces decidí llamarlo por teléfono. Busqué su número en mi agenda de contactos (así son los sueños supongo, porque borrar su número fue una de las primeras cosas que hice cuando rompimos...). Mientras lo hacía, ya estaba yo dentro del restaurante, que de ser el humilde bodegón que se veía al principio, había pasado a verse como un elegante restaurante. Y entonces la veo entrar: alta, elegante, con un vestido blanco de fiesta, y su largo cabello  negro que, en lugar de estar suelto o recogido, había sido cortado en una moderna melena. Se hizo un revuelo en el lugar. Luego de tan larga ausencia pública, verla aparecer así, de repente, en un lugar como ése, era todo un acontecimiento. Ella se ubicó en medio de otros comensales, a la cabecera de la mesa. Fiel a mi atrevimiento de admiradora, me ubiqué al frente de la mesa y me puse a tomarle fotos. Nadie iba a poder creerme la suerte que había tenido: yo allí, pudiendo tenerla tan cerca y con una foto que sería la envidia de mis amigos. En la mesa de enfrente, estaba él, y a su lado, una mujer que yo desconocía.
Ella (la recién llegada) hablaba y hablaba sin parar, mientras hojeaba un enorme libro que tenía sobre la mesa... Y entre las cosas que decía, recuerdo que se quejaba, con serena tranquilidad, que estaban hablando de temas importantes pero a ella no le habían avisado, la habían "dejado fuera". Y de repente, cuando miró hacia la mesa de enfrente, lo vio, y también a la otra mujer. Entonces se levantó veloz como el rayo, se sentó frente a ella, y blandiendo un tenedor, comenzó a gritarle mientras le ponía el tenedor en el cuello de manera amenazante. En ese momento estaba de espaldas a mi, por lo tanto no podía ver su rostro. A los murmullos que ya se se alzaban, comenzaron a sumarse algunos gritos, y a verse flashes, al mismo tiempo que las personas comenzaban a levantarse y alejarse del lugar. Las separaron, supongo, y ella había quedado sola en el círculo del conflicto, entonces me acerqué. Estaba tan sorprendida y a la vez, me daba tanta pena, que la abracé y puse mi cabeza en su pecho. Entonces ella, como perdida, me preguntó quién era. Le di mi nombre, mi ocupación, mientras le decía que la quería y que la admiraba... En medio del caos general, vinieron y se la llevaron. Yo me quedé sola, en el medio, sosteniendo el enorme libro como quien acuna a un niño abandonado. En el aire se mezclaban las voces y mis pensamientos: "Al final era verdad que estaba loca", "Cómo nadie de su entorno o allegados avisó lo que pasaba", "Cómo dejaron que llegáramos a este momento", y mis dudas enormes: "Por qué está pasando esto", "Cómo no nos dimos cuenta"... A mi alrededor, caras de horror, de sorpresa, de odio... Y comenzaba a dibujarse en el aire un miedo primario de que tanto odio acumulado en algunos corazones enfermos se volcara ahora contra mí, que llevaba en mis brazos su libro, que la había amado y admirado, una de las culpables de que hubiésemos llegado hasta aquí, de que no hubiésemos advertido la realidad de lo que pasaba...
Y me fui despacio, antes que el odio me alcanzara...

Mientras me alejaba, veía aún frente a mi su imagen bella y majestuosa, su largo vestido blanco, y trataba de adivinar el horror que se avecinaba: caos, incertidumbre, miedo, revancha, venganza asesina, temía incluso ver, en cualquier momento, volar hacia mí alguna piedra, el comienzo de un ajusticiamiento real, una lapidación, a la manera de los martirios de los primeros cristianos...

Apenas me despierto, comienzo a escribir. Necesito que no se borre. Y mientras escribo, las lágrimas casi me impiden ver, tal es la angustia de revivir la pesadilla, revelada ahora como tal en la vigilia... Los horrores que, durante el día, los "señores del mal" arrojan sobre nosotros, logro exorcizarlos mediante la razón. Pero durante el sueño, el corazón y la mente quedan inermes, vulnerables a los ataques fantasmales. Así es como, sin piedad, se transforman en esas invasivas imágenes de horror.

Espero que al traducirlas en un lenguaje de palabras el peso de la angustia que me generan se vaya diluyendo, como esas nubes negras que el viento se lleva deshaciendo la tormenta...

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viernes, 10 de enero de 2014

Sin luz...¿Y ahora???

A medida que la luz del día iba decayendo traté de poner en marcha algún mecanismo de compensación que me ayudara a mitigar la angustia de la oscuridad total. La luz (eléctrica) había sido cortada y nada de lo que formaba parte de mi "normalidad" cotidiana podía serme útil. Terrible sensación de verme perdida e inerme en medio de la oscuridad, apenas mitigada por la luz de una linterna, o de la siempre salvadora luz de la lámpara de querosene, antigua, olorosa, sucia, una muestra de precariedad y primitivismo que, sin embargo, lograba sacarme de la muda oscuridad.

La realidad cotidiana que percibimos como "normal" también debería incluir como esperables esos penosos momentos (que a veces duran días eternos...) en los que nos damos cuenta qué precario puede ser todo. Estamos atrapados en una red de objetos y conexiones en los que podemos movernos como el pez, pero inconscientes como él del agua en la que nada. Objetos que se vuelven inútiles cuando la "normalidad" se rompe por la falta de luz.
Cuando la energía eléctrica vuelve durante la noche, se anuncia primero con señales sonoras: el contestador que lanza sus "tracks", el ronroneo de la heladera y el ladrido de Junior, mi perrito que, contagiado de mi ansiedad, percibe antes que yo esas señales. Pero también puede ocurrir que se escuchen voces o música, cuando el televisor quedó encendido al momento del corte, y vuelve a la actividad haciendo escuchar las voces de alguna serie o película. También están las pequeñas luces: las verdes y titilantes del router o del módem, la parpadeante luz azul del monitor, la luz roja de la tele apagada, la luz ámbar del decodificador... y podría continuar... Todas y cada una forman parte del conjunto de objetos con los cuales interactúo a diario y que, cuando la otra realidad, la de la falta de energía eléctrica, se hace presente, esa realidad diaria queda en suspenso, sumergiéndome en la incertidumbre. Las pequeñas luces encendidas en una habitación a oscuras son las señales de la "normalidad" energética: todo está funcionando, o podría ser puesto a funcionar.

 Pero no es sólo que la falta de energía me sacude la rutina, sino que la misma rutina de la dependencia eléctrica y la hiper conexión me están pasando factura. ¿En qué momento todos estos objetos se adueñaron de mi vida? Mejor dicho: ¿en qué momento empecé a permitirles que lo hicieran? Porque estoy empezando a tomar nota de que, la hiperconectividad, esa necesidad de estar todo el tiempo conectada a través de los diarios, las redes sociales, la radio, la tele, las lecturas de blogs, mis propias escrituras en mis varios blogs, esa ansiedad por "no perderme nada" y estar al día con todo lo que me interesa, me genera algunos efectos no deseados. Las 24 hs. del día me resultan insuficientes, y a veces lamento que sean ya las 3 de la mañana porque quiero leer los diarios que apenas acaban de ser subidos a la web. O me lamento por tener que optar por ver algún programa de televisión que me interesa, o leer alguno de los libros que también me interesan, además de las rutinas diarias insolasyables, claro. Y me pregunto: ¿cómo hacía cuando trabajaba tantas horas por día, corriendo de un colegio a otro, preparando las clases, corrigiendo trabajos...? 

Desde que me despierto, enciendo la radio. Mientras tomo mate enciendo la compu para conectarme a las redes sociales, pero también sigo escuchando la radio. Y si cabe, escribo en las redes mi opinión, o mi observación, o mi pedido en la página del programa que estoy escuchando, o interactúo con mis contactos-amigos de las redes sociales. Otras veces, escribo sobre algún tema en mis blogs (sobre arte, o política, o economía, o literatura...), y al mismo tiempo mantengo mi conexión con las redes...Si salgo a la calle (a pasear a mi perro, a hacer las compras, a pasear) llevo mi radio o conecto mi celular a la radio, y continúo escuchando algún programa que me interesa. Y si los diarios que revisé antes de acostarme me parecieron importantes por algún tema, los compro (algunos de ellos) para leerlos luego en casa... Y no continúo, porque el día sigue y también la locura, la que percibo mientras escribo, tal vez la mejor manera de darme cuenta que...debo parar!

Cuando la gastroenteróloga me pregunta si estoy nerviosa o ansiosa por algo (porque a pesar de ciertos síntomas, los estudios nada revelan), siento vergüenza de contarle el delirio en el que me metí solita, y que me lleva a no relajarme ni cuando como, ya que mientras lo hago miro tele, o me conecto con la tablet... Y prefiero simplemente decirle que...soy un poco ansiosa... ¿Un poco? ¿Puedo seguir en este ritmo sin que mi cuerpo y mi mente se resientan acusando recibo?
Hace unos días escuché por allí que las personas que viven (?) como yo padecen lo que se conoce como el "síndrome de hiperrealidad", pretendiendo absorber todo lo que se dice, escribe o hace sobre algún aspecto de la realidad, ya que todos sería realmente imposible. En mi caso, ese aspecto es la política, alrededor de la cual gira casi todo mi interés, dejando fuera todo lo demás. Salvo cuando escapo de la hiperconexión para disfrutar del arte, o me sumerjo en la lectura, o paseo con amigos o amigas.

Cuando se corta la energía eléctrica (como pasó en estos días) no queda otra que buscar alternativas, para no caer en la angustia y en el "síndrome de abstinencia", y ahí, más que nunca, la lectura ocupa el lugar que el resto de las horas le roban mis hiperconexiones y mi síndrome de hiperrealidad...

Si algo tuvo de bueno el corte de luz fue que me "obligó" a desconectarme, y...cosa curiosa: me sentí mucho mejor...Será cuestión de ampliar la experiencia, pero sin que sea el corte de luz el que me obligue. 
Por mi propio bien, espero poder...
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