Una puerta, cualquier puerta, es muchas cosas: la que abre o cierra, la que oculta, la que encierra el misterio, la que se brinda, la que cuida tu intimidad o se abre al visitante.
Un cristal muestra siempre. Si es transparente mostrará sin esconder nada. Si es traslúcido insinuará lo que oculta.
Pero un bisel en el cristal agrega una luz nueva, algo que el cristal no tiene porque la luz resbala sobre él y se transforma en arcoiris. Los juegos de luz, brillo y colores que permite el biselado del cristal es una intervención de la mano humana que embellece lo que, de otra manera, sería apenas un mediador sin ambigüedades.
Hoy, mientras caminaba por el barrio, vi al pasar una puerta con cristales biselados y su belleza luminosa me llevó por un instante delante de otra puerta...
Una de las pocas posibilidades de salir del colegio como no fuera acudir a la escuela primaria (de la que el colegio de pupilas carecía) era salir a....vender rifas. El colegio de niñas huérfanas era sostenido por damas de la caridad. El Estado hasta allí no llegaba, o no lo dejaban que llegara. La poderosa sra. Campodónico (de los famosos molinos platenses de igual nombre) era la principal aportante y presidenta de la asociación de las damas que contribuían al sostenimiento del colegio. Más de una vez me tocó estar cerca de una de esas reuniones. Se llevaban a cabo en una sala a la que nunca teníamos acceso, como no fuera para limpiarla, acicalarla, prepararla para alguna de esas reuniones de señoras paquetas, emperifolladas para la ocasión. Pero, parece que sus "aportes" no eran suficientes, así que periódicamente las chicas del colegio salíamos a vender rifas para obtener esos dividendos que completaban los caritativos aportes de las damas. Era una manera de "salir", andar por la calle, "pasear" en cierta forma, aunque la tarea fuera tan poco grata como ir a tocar el timbre a los vecinos de La Plata para solicitarles nos compraran una rifa para ayudar al colegio. Nos poníamos el uniforme y allá íbamos, de a dos, pero siempre nos acompañaba la hija de alguna de esas damas como para darle seriedad y una pátina de solidaridad intraclase, que no venía nada mal si se trataba de ir a "manguear", aunque fuera por medio de una rifa.
Esa puerta a la que me llevó la imagen con la que hoy me crucé era la de una de estas señoras copetudas, de las damas de caridad. Una de las hijas de la señora nos iba a acompañar y fuimos a buscarla. La puerta de cristales biselados se interponía entre nuestras miradas curiosas y el interior que cerraba. No era mucho lo que la puerta nos dejaba ver, pero el brillo de los biseles hacía que lo que se ocultaba tuviera ese toque de lujo visual que teñía la imagen. La puerta insinuaba el lujo interior, lleno de promesas de momentos gratos, tan diferente a las salas austeras e inhóspitas del colegio, imaginaba cálidas reuniones familiares, rodeados de cosas bellas, un pequeño paraíso en la tierra que nada tenía que ver con el cotidiano infierno sin alma del colegio. No era la distancia entre clases lo que me molestaba: era la insinuación de un paraíso al que tal vez alguna vez podría acceder, pero que en ese momento era apenas un anhelo inalcanzable. Era lo cálido, lo tierno, lo bello, y a la vez lo más alejado de la triste realidad cotidiana.
Tal vez por eso siempre amé las ventanas y puertas con cristales, transparentes, traslúcidos, ahumados, con vitrales, pero sobre todo, con cristales biselados. Tienen todavía hoy para mi el sabor agridulce de una belleza luminosa que promete. Y las promesas ayudan a sobrevivir.
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