miércoles, 6 de mayo de 2015

Violencias...


Huellas, marcas, señales, recuerdos... Todas las violencias dejan algo...

"Juanita" estaba colgada en una pared, en un lugar visible en el que, a falta de uso en el presente, tenía como misión recordar advertencias pasadas. Había sido protagonista en manos de mi abuelo, padre de tres hijos, dos varones y una mujer (mi madre), de memorables episodios en los que la tal Juanita, era el instrumento del castigo: una fusta, la misma que mi abuelo había utilizado en sus tiempos en la policía montada de la provincia de Buenos Aires, y que luego pasó a formar parte del mobiliario doméstico, con esa doble función, de recordatorio de glorias pasadas y de castigo físico para los vástagos rebeldes.

La zapatilla de goma que varias veces calentó con dolor mis posaderas, siendo apenas una niña y viviendo en la misma casa donde reinaba Juanita, no era parte del mobiliario. Pero forma parte de mis recuerdos, esos que no se borran, y aunque en mi cola no queden señales físicas, todavía pueden provocar lágrimas si el ánimo está dispuesto... 

Los imborrables once años del internado también marcaron los recuerdos con la violencia. La presencia siempre amenazante de una de las religiosas hacía irrespirable el ambiente, y casi imposible el disfrute de los pocos momentos de juego que podíamos gozar. Éramos niñas, pero parecíamos presidiarias. Por momentos, esa violencia era física, pero era sobre todo, la imposición de un modo de vida interna llena de mandatos, a veces humillantes, que nos reducían a un modelo de pura dominación. Recuerdo una de mis tareas asignadas: refregar las escaleras de mármol que llevaban a los dormitorios, los sábados por la mañana, ya que durante la semana debía asistir al secundario en otro instituto. Privilegio del que gozaba solamente yo, pero que debía "compensar" con la humillación de limpiar, de rodillas, las interminables escaleras...
La violencia del internado era casi una prolongación de aquella otra violencia representada por "Juanita" y por la zapatilla castigadora...
 
Cuando escucho, todavía hoy, a personas públicas hacer alusión, alegremente, a los castigos físicos a los niños con el dudoso fin de "educarlos", añorando esos tiempos en los que dichos castigos eran mirados como signos de "disciplina", y a un público oyente que no castiga semejante aberración con suficiente dureza, me pregunto... 
¿Cuánto dolor hace falta para que una persona diga ¡BASTA!, para sí o para los otros?
¿Cuánto del dolor producido a otros es la respuesta al dolor recibido? y...
¿cuánto del dolor recibido nos enseña que ése dolor debemos evitar reproducirlo?
 
Las violencias son muchas, están en todas partes, las vivimos y las generamos, de todas las maneras posibles... Las palabras, los gestos, los olvidos, las mentiras, hasta los silencios y las indiferencias... Sólo que cada uno la vive y la procesa de forma diferente. No hay recetas que sirvan a todos, y cada uno aprende a hacer con ella lo mejor que puede. 

Una sola cosa guardo para mí: la crueldad y el sufrimiento inútil, sobre todo sobre los más débiles, no deberían existir si pretendemos seguir llamándonos "humanos".

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2 comentarios:

TERESA VERA dijo...

Sin dudas los recuerdos duelen y estos duelen porque esa violencia innecesaria se puede heredar y uno lucha para no repetir...

Greta dijo...

Así es, amiga Teresa...
Gracias por tu comentario, y por entender...

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