jueves, 1 de mayo de 2014

Llena eres de gracia...

La subo a mis brazos, la acaricio, la escucho, y no me canso de mirarla...

El primer llamado fueron unos lastimosos maullidos, desesperados y estridentes, con los cuales su pedido de auxilio llegó hasta mí. Estaba en el pasillo de una casa mientras un inhumano trataba de echarla a patadas, ignorando (y provocando) sus alaridos de miedo y dolor. Era tan chiquita, tan desvalida... La levanté y me la llevé conmigo, en medio de sus maullidos y llevando a mi perrito con su correa, de vuelta a casa...sin saber exactamente qué iba a hacer con ella. Jamás había tenido un gato, y menos imaginaba una convivencia con mi perro, amigable con todos, incluso con otros gatos, pero dueño de su casa y de su lugar. Ahora, después de un año, puedo decir que lo logramos...o casi.

Desde chiquita descubrí que, algunas veces cuando la levantaba en mis brazos, comenzaba una faena extraña para mí, pero aparentemente normal para quienes saben de gatos: yo la bauticé el "chupa-chups", por el nombre de una golosina que conocí en Barcelona, una especie de chupetín, pero a la vez relacionada con su "trabajo". Mientras "amasa" mi brazo (que sus uñitas llenan, ¡ay!, de pequeñas heridas) mete su hociquito en mi axila succionando, como si buscara mamar... Hoy tiene más de un año y todavía lo hace. A veces salta a mi regazo mientras estoy tomando mate en la compu, y mientras comienza su chupa-chups yo la acaricio...hasta que se duerme. La ternura y la felicidad que me producen esos momentos es infinita...
Cambió mi casa, como no lo había hecho mi perrito. Si bien es claramente autosuficiente (salvo el tener que darle la comida y atenderla en algunos de sus juegos), mis cortinas sintieron su presencia mostrando graciosos frunces, y mi sillón tiene que lucir un "vestido" cuando vienen visitas, porque sus uñas han hecho estragos en sus apoya brazos. Y el balcón ha sido cerrado con una protección hasta el techo, no sea cosa que se le ocurra saltar, ya que atrevimiento le sobra.

Tuve que aprender a acariciarla y entender qué cosas le gustaban y cuáles le molestaban, mientras mi cuerpo se iba llenando de arañazos y mordidas, avisos que ahora, que es más grande, son apenas simbólicos: una "casi" mordida es la señal para "eso no me gusta", aunque a veces el límite entre el juego y la pelea es difuso. Y de éso bien sabe mi perrito, que con su enorme paciencia tiene que soportar que ella lo desplace de su cucha, de su sillón, lo provoque a jugar a las corridas y bancarse la humillación de algún que otro manotazo, algunos "abrazos" dados al saltar sobre su cuerpo, cuando no algunas piruetas estilo "rango" con los que el pobre queda desconcertado y ofendido.


Cuando la levantaba siendo chiquita y con apenas dos meses, la sentía tan leve, tan suave y tibia, que me conmovía hasta el infinito. Ahora es más grande, pero siento la misma ternura cada vez que la tengo en mis brazos. La acaricio, y siento su pelo suave, mullido, cálido, y mi mano la recorre hasta la cola, aunque a veces, y aunque se resista, acaricio también sus flancos o su panza, en medio de manotazos y amago de mordiscones, que se transforman en un juego de "a ver quién puede a quién", que finalmente termina ganando...

Fui descubriendo su lenguaje, hecho de maullidos, gruñidos, ronroneos, siempre diferentes y siempre elocuentes, sabiendo interpretarlos... Pero los más graciosos los usa cuando quiere comer y me persigue hasta su "cuartito" mientras llevo su plato de comida, mostrándola como una plañidera actriz exagerando su papel de "pobrecita", o cuando corre, salta o trepa mientras lanza un sordo prrrrrrr, la mejor señal para mi de que está feliz...

 "Todo gato dormirá con las personas siempre que sea posible, en una
posición corporal tan incómoda para las personas como sea posible." - Young

Y la mía duerme conmigo cuando tiene ganas. Eso sí: arriba de mi cuerpo, sea de mi panza o de mis piernas, pero siempre de tal manera que, para no acalambrarme, tenga que hacer creativas maniobras de acomodamiento, siempre y cuando no la incomode.


Pero lo que más fascinación me produce es mirarla... Ya sea que camine, salte, duerma, se estire o haga travesuras (como treparse a los muebles o a la reja del balcón, o meterse en el placard o en los cajones), cierre los ojos mientras la acaricio, o los abra esperando con desesperación que le tire un bollito de papel para jugar, cada uno de esos movimientos quisiera poder capturarlos para siempre en una imagen. Cada uno de ellos me parece digno de un cuadro, tan llena de gracia la veo.Y al mismo tiempo veo en ella mucho más que, como dice la frase de Víctor Hugo: "Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre." Ella representa para mí toda la ternura, el encanto, la gracia y la belleza, algo que, aun siendo amante de los perros toda mi vida, jamás sentí de la misma forma tal como ella me lo hace sentir. Es raro, inexplicable, pero comprendo a aquellos que, alguna vez me dijeron y que recién ahora puedo entender: quien no tuvo jamás un gato, no sabe exactamente qué se está perdiendo.
"El más pequeño gato es una obra maestra", dice Leonardo da Vinci. Puedo dar fe de ello.
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