jueves, 15 de mayo de 2014

...Y volvió a pasar...

En la sala de espera.
El día que decidí que iba a formar parte de mi vida, hacía mucho tiempo que el recuerdo doloroso de mi perrita Dachshund me frenaba para dar el paso decisivo. Pasaron varios años... El dolor de la pérdida había sido tan grande, el trauma de la "cucha vacía" tan persistente, que me costaba desprenderme de ellos. También arrastraba mucha culpa: todas las horas que no pasaba con ella, fuera por trabajo o por diversión, se acumularon con retroactividad y con fuerza suficiente como para querer compensarlas con una nueva mascota. De manera que, en mi decisión, venía incluída la de no hacer más viajes largos que me obligaran a dejarlo, y la de transformar cada una de mis salidas, en posibles salidas en su compañía. Que iba a hacer lo imposible para estar todo el tiempo junto a él. Y, salvo el 1º año en que coincidieron mi trabajo y su presencia, puedo decir que cumplí mi promesa.

Sin embargo, la negra mano de la Parca lo hizo otra vez... Ayer arrancó de mi vida a mi perrita. Hoy lo hizo con mi Junior. Justo una hora después de esa imagen que lo muestra tan lleno de vida en la sala de espera de la veterinaria, había partido para siempre. Paro cardíaco, me dijeron, al final de un cirugía rutinaria. Pero...¿cómo entender que un ser alegre, vital, amigable hasta la molestia, bello y bueno, ya no vivía más? ¿Cómo llegar a mi casa sin él? ¿Cómo encarar cada momento de mi vida, con las rutinas que lo incluían, sabiendo que no está, y que nunca más va a estar?

Otra vez, como antes, la casa estará llena de sus cosas, sus olores, su ropita...y su ausencia. Otra vez a sentir a cada paso que doy que él podría estar allí...pero que no está, y no estará nunca más...
Me duelen los ojos de llorar, me duele la cara, me duele el estómago, me duele el corazón, y me duele el alma...
Tengo a mi gatita Mafalda conmigo, gracias a Dios (el mismo Dios que se lo llevó a él y me la trajo a ella) pero seguramente también ella sentirá su ausencia: hoy miraba su cucha, desorientada, como yo cuando me dieron la terrible noticia en la veterinaria, y tuve que preguntar dónde estaba, porque había perdido la noción de mi ubicación... Pero por ahora sólo duerme... Y yo la miro, imaginando que lo extraña y el alma se me parte... Ojalá que sólo sea mi propio dolor el que pretendo poner en ella. Quisiera que no sufriera como lo estoy haciendo yo. ¡Ojalá!

Amigos virtuales y amigos reales me hicieron llegar sus abrazos, y con ellos me reconforté. Pero las horas, los días, los meses que siguen, deberé transitarlos sola, cosiendo puntada a puntada la cicatriz que se irá formando, a medida que elaboro mi duelo. Lloraré en cada rincón en que no lo vea, cuando llegue y no lo vea esperándome detrás de la puerta, cuando esté comiendo y no lo escuche lloriqueando para que le dé algo de lo que yo como, corriéndose con Mafalda como dos enloquecidos, pidiéndome que lo suba a la cama, o viniendo a mis pies para que lo acaricie o le rasque la pancita...Lloraré con cada amigo o amiga que me llame, o a quienes les cuente que él ya no está, y que no lo entenderán, como no lo entiendo yo, que todavía espero estar en medio de una pesadilla, de la que voy a despertar para ver a los pies de mi cama sus ojitos negros...

¡Ojalá sea una pesadilla! Es la única esperanza que me queda...
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