jueves, 26 de septiembre de 2013

Esta que escribe...


Esta que escribe es la misma que ayer pensaba, la misma que lee, rebusca, cavila...
La que con sus manos de dedos presurosos recorre el teclado o mueve la pluma dejando a su cabeza soltar los desbocados pensamientos...

Esta que escribe fue, en otros tiempos, la prisionera que pugnaba por liberarse de los muros asfixiantes, y que se sumergía esperanzada en los universos de palabras creadas por otros, universos llenos de tosoros esperando ser descubiertos.

Esta que escribe se siente a veces una amazona sin caballo, galopando entre redes misteriosas, una Ariadna que lleva su hilo de palabras por el complicado laberinto, buscando afanosamente la luz que la llevará a la superficie.

Esta que escribe se siente a veces en medio de la niebla rodeada de señales tratando de entender, sonidos, olores, llamadas, luces... Confuso mar de estímulos en el que no alcanza siquiera con la necesidad de saber. Y aún así, como una Artemisa aguerrida y audaz, salta hacia adelante para capturar a su presa: lo que desea saber está allí, en esa montaña de tesoros acristalados, o tras el luminoso rectángulo que a la noche se apaga, pero que durante el día titila y atrae como una seductora serpiente...

Tal vez la misma que capturó el interés de la curiosa Eva, la que le prometió los secretos del saber, la que la llevó a la pérdida del Paraíso. O la Pandora que abrió la caja de los horrores dejando en el fondo tan solo (y nada menos que) la esperanza.

Esta que escribe ya no es dueña de sus palabras: éstas viven por su cuenta, se mueven orgullosas, o llenas de dudas, pero finalmente, ellas...
Se encontrarán con otras que brotan de otras u otros que escriben, o llegarán hasta quienes las leen, o morirán aquí, juntas todas, o solitarias y abandonadas.
Pero ésta que escribe ya nada puede hacer... Las palabras escritas ya tienen vida propia.

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miércoles, 25 de septiembre de 2013

Íntimo...


Ella era hermosa...
Su cara, perfecta, sus cabellos largos, casi rubios y sedosos, y a mí me encantaba peinarlos... Recuerdo cómo, muchas veces, me acercaba sigilosa para que no adivinara mis intenciones, para en algún momento y casi por asalto, comenzar a peinarla... Y ella, con paciencia, lo toleraba, al menos por un tiempo. Yo podía llegar a ser bastante pesada, supongo, pero...¿qué otra cosa eran esas cepilladas que unos mimos diferidos? Una especie de transferencia, una necesidad de contacto directo, aunque más no fuera a través de su cabello... Cuando un día mi mascota estuvo en casa y me descubrí disfrutando un secreto placer al cepillar sus sedoso pelaje, me di cuenta de lo antiguo de dicho placer, de la fuente casi ancestral del placer que el gesto me proporcionaba...

Ella era hermosa... En cambio yo, era parecida a mi papá... ¿Qué significaba eso? Tanto mis abuelos maternos como ella misma solían recordármelo, y no parecía nada bueno. Hacía mucho tiempo nos habíamos separado de él, cuando yo tenía dos años, y no por buenas razones. Pero la mención de mi papá, sin ser malo para mí, venía siempre cargado de negatividad. Y el aspecto físico, era uno de ellos. Yo era diferente a mi mamá: su piel rosada, contra mi tez más morena, su cabello rubio, sedoso y casi lacio, contra mi cabello oscuro, lleno de rulos, ensortijado. Tan ensortijado y rebelde que era necesario (según ella, que era quien me lo cortaba) "entresacar" cabello para que no parezca tan abundante, para que el "parecido" con mi papá se notara menos...

Recuerdo con bronca uno de esos odiosos cortes de pelo. Había sido elegida para desempeñar el papel de Blancanieves en la Fiesta de Fin de Curso, y era el final de mi escuela primaria. No hubo manera de convencerla de que no cortara mis cabellos, que por esta vez me permitiera tenerlo largo, porque iba a representar a Blancanieves. ¡No hubo forma, tan rígida y decidida era su postura, de que mis cabellos no fueran cortados! Y así, la maestra encargada de mi vestuario, se las vio en figurillas para poner atractiva a mi Blancanieves, y reemplazó mis cabellos cortados con un largo moño dorado... Lo sentí como una experiencia cruel, incomprensible... Aún hoy lo siento...
Mi cabello largo era para mí un motivo de orgullo, una vanidad, y entonces, debía ser "castigada" cortándolo...o eso era lo que yo sentía. El cabello bien corto, odiosamente corto, era un castigo a esa vanidad.

Un día fue más fuerte la duda, y se lo pregunté: 
_Mamá, decime la verdad: ¿soy linda?_ 
Y ella, medio a regañadientes, me dijo algo que no voy a olvidar jamás:
_Pasable..._

Y la palabra quedó allí, flotando en el aire, hasta que empezó a tener cada vez más peso y terminó depositándose como una oscura losa sobre mi corazón infantil.

Siempre sentí sobre mí el estigma de ser "hija de mi padre", de tener un destino marcado y, como decía mi abuelo (gallego y bastante bruto), algún día mi verdadera naturaleza se iba a revelar y me mostraría como él era: vago, alcohólico, violento... Sin embargo, y a pesar de no tener ninguna foto que me lo recuerde, guardo memoria de buenos momentos con él: cuando me levantaba y yo le decía que lo quería "hasta la parofa" (es decir, hasta la atmósfera, que supuestamente, era el lugar más alto), recuerdo sus hermosos dibujos (la facilidad para dibujar fue una de sus herencias, tal vez la única), pero sobre todo, sentía que me quería. Jamás me había levantado la mano (como sí lo hacía a veces con mamá), y me defendía contra las imposiciones autoritarias de ella, algo que luego, ya de grande, aprendí como "poner la ley", tarea que le compete (según la psicología) a la madre. Pero para mí, ella representaba sobre todo la autoridad. Él, los momentos de disfrute y de alegría.

Pero a pesar de esas supuestas diferencias entre ella y yo, muchas cosas nos hacían parecidas. Nuestras bocas eran parecidas, pero sobre todo, la voz. A tal punto que muchas veces nos confundían. Y lo comprobé cuando, ya terminado mi secundario, hice un suplencia en su trabajo de telefonista en el conmutador de una empresa, y yo podía reemplazarla sin que nadie lo notara, al punto que se dirigían a mi con su nombre, sin notar que se trataba de mi, y no de ella. Con el tiempo, nos fuimos pareciendo mucho más físicamente, pero eso ya es ley de la vida: las mujeres terminamos pareciéndonos a nuestras mamás, mal que les pese a ellas...

Cuando conocí al que luego fue mi marido, mi autopercepción empezó a cambiar: me llamaba "muñequita", y yo no entendía nada... Pero empecé a darme cuenta que la belleza física es algo tan inasible, tan difícil de definir y aún de percibir, que es más lo que nosotros ponemos en el objeto al que vemos como bello o como feo, que lo que de "verdadero" hay en el objeto observado, aun cuando seamos nosotros mismos los mirados. Es la mirada lo que inviste de belleza al objeto, la mayor parte de las veces, y no al revés. Porque si yo era alguien tan poco atractiva según la mirada de mi mamá y de mis abuelos, quizá nunca alguien se hubiera enamorado de mi.

Con el tiempo, me fui dando cuenta que, llevar encima el "parecido inevitable" con mi padre podría no haber sido tan malo, después de todo, ya que mis caminos llevaron siempre el sello del arte. Que la belleza física podía tener muchas formas, y que todas eran válidas, pero sobre todo, que podían no ser para siempre.
Salvo el Arte: el único que permanece, y el que mi padre me dejó.
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martes, 24 de septiembre de 2013

Aquí nadie duerme... (En Las Meninas, tampoco...)

(¿Nunca les despertó curiosidad lo que ocurre cuando un museo cierra sus puertas y todos se van?)

_¿Qué pasa, mi niña Margarita? ¿Por qué esa cara? Vamos, no haga pucheros, que es sólo un rato y el pintor hará su mejor esfuerzo... y usted quedará con su sonrisa pintada para siempre. Míreme. No sea malita, que si usted me mira su carita será mejor vista y el pintor podrá mostrarla en toda su belleza. Aunque...pensándolo mejor, esa flor en su pelo luce hermosa así, si Ud. se ladea, que de otra manera sólo se vería en parte. En fin. Trate de no moverse que el vestido se desacomoda. ¡Queda Ud. tan linda con él, tan reina chiquita...! Vamos, que sólo será un rato, mi niña Margarita.

_¡Qué molesta esta María Agustina...!_ piensa Margarita. _Si sólo entendiera cómo me cansa este señor Velázquez: Que "póngase así, que quédese Ud. quieta, que sonría, que no se toque el vestido"... ¡Harta me tiene! ¿Que no entiende que no puedo estar todo el día, todos los santos días posando para él? ¿Que quiero jugar, andar corriendo por palacio, o por los jardines sin estos molestos vestidos que, lucirán muy bonitos pero maldita la gracia que me produce ir por allí como un pastel que camina? ¡Basta, señor Velázquez!, y basta padre de pedirle que me pinte. A esta altura bien podría pintarme de memoria... No puede ser que cada vez tenga yo que pararme como una muñeca, adornada y sonriente, a que él me pinte...!

_¡Quédate quieto, Nicolasito, no molestes ya a ese perro, que es más bueno que el pan, pero vas a acabar con su paciencia.
_¡Es que se duerme si no, Mari, y va a salir en el cuadro con los ojos cerrados, jajaaa!

_¡Qué niños que son! En lugar de preocuparse por verse bien, sólo se distraen con tonteras. Y lo importante es que yo, que sólo soy una joven de compañía, me veré más alta que la propia princesa, y una vez que las miradas se posen en ella, caerán sobre mí, que estoy parada, y luciré mejor y más atractiva. Que no seré princesa, pero tengo lo mío... Ese paje con el que hablé esta mañana, me lo dijo:
_"No necesita ser princesa para atraer las miradas, Doña Isabel. Le sobra belleza..."

_Padre Diego: éste no es nuestro lugar. Lo nuestro es la capilla, la oración, el confesionario o el convento...Al menos don Velázquez nos ubicará en la sombra y en un segundo plano, así nuestra presencia será menos notoria.
_Cierto, Sor Marcela. Pero, Ud. ve: parece que al obispo también hay que conformarlo, y nuestra presencia en el cuadro le dará placer...y orgullo! ¿Quién no quisiera estar en un cuadro del sr. Velázquez, eh? Así que...aquí estamos! Sin embargo, esperemos que sea breve esta situación, y que pronto termine la faena...

_¿Y yo, que soy quien pinta, el que expongo mi preciado talento, que soy pintor de la Corte, quedaré fuera? ¡No señor! ¡Aquí me pongo! Que si yo no los pinto, a ver quién pasará a la historia. De modo que acá me veréis, posando y pintando, y luciendo mi Orden de San Andrés (agregada más tarde, pero shhhhh...que ése es otro tema), no sea cosa que la posteridad me vea como un simple pintor de Corte...un empleado de la Corona, digamos. Que no es poco, vamos, pero uno no deja de ser un "pintor por encargo", ¿me explico?

_¡Don Velázquez...! Hermosa escena pero...¿no estaremos nosotros incluídas en ella? ¿Nosotros que pagamos sus honorarios, además de encargarle la pintura?
_Por supuesto, Sus Majestades, quedáos tranquilos, que para eso se han hecho los espejos, para que un pintor pueda incluir a los que están afuera...¿Lo véis allá al fondo, en pleno centro? Allí se verán vuestros rostros...
_Pero nos veremos pequeños, además de borrosos...
_...Como dos presencias angélicas que todo lo presiden y todo lo ven... (¡Qué tíos estos! Hay que alimentar sus vanidades para que no se pongan molestos...).

_Esta tierna escena familiar casi me ha dejado fuera, aún siendo el padre del pintor. Pero, si aún estando aquí en el fondo, corro la cortina y dejo pasar algo de luz, las miradas vendrán hacia mí. Nada mal, verdad? Que si yo no hubiera engendrado a este genio, España no podría lucirse con él como lo hace, y tampoco este rey tan vanidoso, ni su niña tan melindrosa, ni esas coquetas meninas... Ya sé que los futuros admiradores se preguntarán: _¿Quién es aquél del fondo que no se sabe si entra o sale, si sube o baja? Y entonces estarán hablando de mí, aunque no sea "nadie".

Y ahora...silencio!!!: el museo está abriendo sus puertas...

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domingo, 22 de septiembre de 2013

Vida, pasión y despedida de una guitarra.

Todavía recuerdo la primera.
Un alma generosa la había donado al colegio, y la  madre superiora pensó en mí para que pudiera sacarle provecho. Una profesora del barrio venía a darme mínimas lecciones de tonos y rasgueos que yo practicaba con empeño en alguna de las pequeñas salas que casi siempre estaban desocupadas en el ala menos frecuentada del colegio. Pasaba horas practicando, dejando mis dedos machucados por el esfuerzo y la falta de práctica, y tratando de formar los tonos aprendidos para acompañarme en las canciones de moda. Y la moda era el folclore. Un programa hacía furor en la tele: Guitarreada, y en él, cientos de chicos y chicas se presentaban para tocar y cantar, y nosotras, las chicas del colegio, estábamos como locas de entusiasmo por poder, nosotras también, tocar como ellos la guitarra. Porque también teníamos una tele en el colegio, y su llegada había cambiado muchas costumbres, y también nuestras miradas. Se había abierto un nuevo mundo para quienes estábamos allí.

Practicar la guitarra en la soledad de la salita antigua y abandonada, me permitía eludir las rutinas de las que no escapaban el resto de las chicas del internado. Otra razón (además de asistir al colegio secundario en otra escuela) para hacer una vida aparte del conjunto. Supongo que era lo que me salvaba del clima denso y opresivo que a veces se creaba, al menos por algunas horas. Como cualquier internado que se precie, ese también tenía su monja odiada, la que infundía temor y la que, con frecuencia, nos hacía vivir el colegio en un ambiente de infierno. Ella era la que, cuando podía, y ante la impotencia por la protección que la Superiora me dispensaba, sólo se resignaba a decirme: _Un día vas a romper esa guitarra..._ Pero nunca ocurrió.
La 2ª guitarra me la regaló mi abuela paterna. No tuvimos demasiada relación hasta que mi padre falleció. No lo veía desde los 5 años, y un día me enteré, cuando yo tenía once, que había fallecido en penosas circunstancias. Me animo a decir que murió en su ley, como había vivido. Aún así, lo extrañé y lo lloré, y guardé de él un buen recuerdo, a pesar de las cosas negativas que acompañaban ese recuerdo. Mi abuela paterna empezó a visitarme, y un día se apareció con la guitarra. Desde ese momento, la guitarra donada al colegio quedó allí para otras, y yo comencé a tener la mía propia.
Luego de unos largos 11 años, y ya contando con 16, me fui del colegio. Llegué al mundo exterior en una época floreciente de peñas, picnics y entusiasmos folclóricos y melódicos, y me incorporé con euforia a mi nueva vida, viviendo casi por primera vez, y llevando conmigo mi guitarra. Para ese entonces, ya había empezado a formar una carpeta que terminó siendo voluminosa, en la que anotaba las letras de las canciones que iba incorporando a mi repertorio. Eran los 60´s y...¿quién no tenía una guitarra y ganas de disfrutar? Era el instrumento de moda, como eran moda los boliches en los que se juntaban flocloristas famosos y no tanto, y los que como yo, sólo tenían ganas de cantar. No había picnic ni reunión de amigos en los que no hubiera una, y en los lugares que yo frecuentaba, era la mía la que siempre estaba presente. Las vacaciones eran otro momento propicio, y tanto en el viaje como en la estadía, allí estaba yo con mi guitarra: en la playa, en una reunión, en una peña, en los boliches... Siempre estaba... Los picnics de la primavera en el Parque Pereyra, excursiones a Chascomús, vacaciones en Mar del Plata  y por supuesto, en Villa Gesell, la meca de la vida alegre y despreocupada...


Pero mi guitarra también llegó a ser con el tiempo una compañera de trabajo. Y tan fiel y apropiada que me sirvió para atraer a mis clases de maestra normal de escuela pobre, a pibes que faltaban, no por vagos ni por quedarse jugando en la calle, sino porque salían a lustrar zapatos o algún otro trabajo para ayudar a sus padres.  O para acompañar los coros de mis alumnos cuando en la escuela el piano o el salón de actos eran un lujo que en esas escuelas no podíamos darnos.
Después me puse de novia, mientras estudiaba el profesorado de Arte y trabajaba, y si bien siguió acompañándome en salidas y reuniones, ya no quedó demasiado tiempo para esa vida. Sobre todo, porque el país había cambiado, y mucho... La guitarra pasó a descansar en el placard, y estaba más tiempo guardada que sonando, hasta que la sobrina de mi marido me la pidió prestada. ¡Triste destino para la pobre! Cuando volvió, un golpe obsceno había herido su caja, y me produjo tanto dolor que preferí darla por perdida. Que se la quedara, e hiciera con ella lo que quisiera. Mi compañera de tantos momentos felices había sido mancillada por el descuido y la desidia. No pude soportar volver a verla...

Mucho más adelante, un amigo me vendió su guitarra, la que no usaba desde hacía tiempo, y con la ilusión de recuperar los años dorados, volví a tocar con ella y a cantar. Pero, ni la guitarra era la mía de siempre, ni yo era la misma. Había pasado, ni más ni menos que...la vida. Y después de algunos intentos por recuperar los años perdidos, la guitarra volvió al placard, a ocupar el lugar que la primera había dejado.
Me mudé, dejé el lugar que había ocupado desde hacía tantos años, y junto con los recuerdos que traté de salvar, la guitarra se vino conmigo. Al cambiar de casa, cambié de vida: nuevo barrio, nuevo espacio, nuevos hábitos, nuevos amigos. Y cuando un día, con estos nuevos amigos, la rescaté de su olvido en el placard, me di cuenta que, definitivamente, aquellos años no iban a volver. No sólo mi vida había cambiado. YO era otra, aunque fuera la misma. Y tocar la guitarra me producía melancolía más que nostalgia. Era un recuerdo triste, y volví a guardarla.
Hasta hace unos días...

Desde mi ventana, por la noche, escuché a los chicos cartoneros que pasaban con su carga de tesoros abandonados por otros. Y me acordé que tenía algunas mantas que, desde hacía mucho, no utilizaba. Entre ellas, una colcha de lana de dos plazas tejida al crochet, de los tiempos en que, siendo maestra, se había desatado una huelga general por tiempo indeterminado, y que terminó con una victoria pírrica: se consiguió un fabuloso aumento salarial (creo que llegaba al 120%), pero luego vino el "rodrigazo"(*). Pero ésa es otra historia. Esa colcha, junto con algunas otras prendas que tenían mucha vida útil aún, estaban en una bolsa, listas a partir a algún destino. Así que me asomé al balcón, los llamé y les entregué mis recuerdos embolsados. Pero apenas volví a subir, se me ocurrió... ¿Y por qué no la guitarra? ¿Quién la disfruta, dormida en el placard? Y los llamé otra vez.

Cuando puse la guitarra en manos del chico, miré su cara: no podía creer lo que veía... Me dijo un _¡Gracias, doñita!_ que sonó como música. Y sólo atiné a responderle: _¡Que la disfrutes!_ Y volví a subir.
Al llegar a mi departamento no pude con mi genio. Con disimulo, espié tras las cortinas y lo vi. Estaba junto a su compañero, había sacado la guitarra de su funda, y la tenía tomada como si supiera tocar... Y la miraba... Supe que había tenido, por fin, un buen destino...

Y fui feliz...
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(*) Con ese nombre quedó en la historia la descomunal devaluación que se produjo en épocas de Isabel Perón, cuando el ministro de economía era Celestino Rodrigo.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Hetairas: las bellas más libres.



Cuando empecé a navegar en los mundos virtuales y se me pedía la elección de un nombre (de usuario) comencé a pensar en personajes que había conocido, principalmente, a través de la literatura. Así surgió el nombre de Xutchil, la mexicana hija del emperador de la que se enamoró Alonso, el lugarteniente de Hernán Cortés en "El corazón de piedra verde" (de Salvador de Madariaga), convertida luego al cristianismo por medio del bautismo, y que cambió su nativo nombre nahuatl por el del más español Rosa (Xutchil es traducido como Rosa o como Flor). Xutchil fue mi primer nombre de fantasía en el mundo cibernético. Pero luego las cuentas de correo y los sitios web se fueron multiplicando, y recurrir a nombres de heroínas, de historias o de mitos, se fue haciendo más complicado, y fueron perdiendo fuerza sus atributos. Sin embargo, y metiéndome en las historias del mundo grecorromano, hubo un tipo de mujer que siempre me resultó fascinante: la hetaira. Y dentro de las hetairas, sobresalió la bella Friné: el de ella fue otro de los nombres de fantasía que alguna vez elegí.

Similar en algunos aspectos a la Geisha japonesa, la hetaira era una mujer que, a la belleza que seducía a los hombres, sumaba un conjunto de cualidades que le permitían ser diferentes al resto de las mujeres, aquellas cuyo reino es el hogar y sus tesoros, sus hijos. La hetaira tenía el privilegio de compartir los banquetes con los hombres: filósofos, artistas, músicos, poetas, señores de la sociedad griega, pero que era considerada digna de compartir esos encuentros por esas cualidades que la hacían diferente y que la privilegiaban.
Eran inteligentes y cultas, además de bellas, y acicalaban su figura con delicadas telas que hacían insinuante su belleza; peinaban sus cabellos con elaborados peinados que adornaban con redes o broches; cubrían su cuello con piedras preciosas o perlas, y sus brazos y tobillos con brazaletes de oro, muchos de los cuales eran casi seguramente, preciosos obsequios de sus admiradores. Y los más costosos perfumes, traídos de lejanas tierras, tocaban su cuerpo y dejaban a su paso una estela de sensual atractivo.
Hetaira en un banquete. Cerámica ática. S. V a.C.

Pero su más preciado encanto, además de la belleza, era su inteligencia cultivada con lecturas y discusiones en esos círculos cultos en los que con sus artes poéticas o tocando algún instrumento musical, como la lira, o cautivando con su conversación a los concurrentes a los banquetes, eran el centro de admiración. Eran mujeres cuyo lugar principal no era el hogar, y que seguramente en la soledad de sus aposentos añoraban la presencia constante de unos afectos cercanos, pero que disfrutaban compartiendo su belleza y sus personalidades encantadoras con aquellos que, por ser hombres, prescindían del resto de las mujeres en sus círculos exclusivos. 

Sin embargo, algunas saltaron la barrera del anonimato y llegaron hasta nosotros: Friné fue una de ellas. Su historia está ligada a la leyenda, y si pensamos cuánto en nuestro presente tiene verdades discutibles y construídas, bien podemos aceptar como válido lo que de ella quedó en el relato. Se cuenta que su belleza la llevó a ser admirada y amada por el mismísimo Praxíteles (s. IV a.C.), el escultor de las Afroditas más famosas de toda Grecia y de los Efebos, y quien canonizó el estilo de representación de las figuras femeninas desnudas y de las relajadas posturas tanto de las Afroditas como de los jóvenes y adolescentes, tan diferente a la actitud algo hierática de las figuras olímpicas de Fidias de la Grecia clásica (siglo V a.C). Se cuenta también que fue su rostro el que inspiró muchas de sus Afroditas, pero se cuenta algo más. 
Friné ante el areópago (1861), obra de Jean-Léon GérômeHamburg Kunsthalle.
 Había sido acusada de impiedad, por querer competir en belleza con la diosa Afrodita, nada menos, y como su abogado no lograba convencer al jurado de su inocencia, no se le ocurrió nada mejor que descubrirla en su esplendorosa desnudez. Obviamente el resultado de lo que los jurados vieron, absortos y maravillados, fue su absolución. 

 
Una tarde, mientras paseaba por el salón de las esculturas en el Museo Arqueológico de Nápoles, me topé con esta escultura: la Venus Calipigia (o "Afrodita, la de las hermosas nalgas") (Ver foto). Es un tipo de escultura de época helenística que los romanos se ocuparon de copiar muchas veces, y que si bien  trata de una historia diferente, es inevitable (al menos para mí) asociarla con la hermosa Friné, la que por su belleza competía con Afrodita, y que como hetaira se codeaba con los grandes del arte y la cultura. La misma que para salvarse debió exhibirse impúdicamente ante un severo jurado a punto de condenarla. En todas ellas, la joven levanta su peplo para dejar al descubierto aquello de lo que se vanagloria: la belleza de sus nalgas, mientras graciosamente vuelve su rostro como señalándolas.
 
Esa libertad de moverse y cultivarse, y de compartir con los hombres un mundo al que las mujeres comunes no podían tener acceso, hizo que algunas de ellas fueran castigadas con dureza incluso por sus congéneres. El de Friné no fue el único caso, aunque sí uno que terminó felizmente. Quien no tuvo tanta suerte fue Aspasia, mujer del gran Pericles. Cuenta Isabel Martín, autora de "La curandera de Atenas":

"Aspasia era una mujer sorprendente. Era de familia acomodada, pero huyó de su Mileto natal hacia Atenas por negarse a vivir la vida de ama de casa que su condición le auguraba. (...) Aspasia era una mujer muy culta, tanto que hasta el propio Sócrates alababa su inteligencia". Su belleza era legendaria y su hospitalidad: a sus salones acudían los más insignes filósofos y artistas del momento, lo que no era poco, y dirigió una escuela para niñas en la que no sólo se enseñaba música o costura.
Como toda personalidad fuera de lo común, Aspasia fue víctima de la envidia y la maledicencia de sus conciudadanos. Fue acusada de impiedad ('asebeia'), algo muy común y peligroso en la época, por atreverse a hablar de los dioses en términos poco piadosos, y el propio Pericles tuvo que llorar ante la asamblea de ciudadanos implorando por su vida, lo que refleja el grado de democracia participativa que se llegó a alcanzar en la Atenas clásica, aunque esta democracia fuera ejercida solamente por cuarenta y cinco mil ciudadanos.(ver nota completa ACÁ). 

Pasaron 2.000 años desde las historias de Friné y de Aspasia, pero todavía hoy, las mujeres que se atreven a disfrutar de su libertad, las que pretenden moverse en el mundo reservado principalmente a los hombres, o las que reniegan de los "mandatos" culturales son, de una manera o de otra, castigadas, incluso por las mismas mujeres. En la antigüedad, con la muerte o el destierro. En el presente, con la envidia o la soledad. 


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jueves, 19 de septiembre de 2013

Por qué Floria...

Vita Brevis
Hace ya un tiempo descubrí esta obra, breve pero maravillosa. Trata sobre la supuesta carta que Floria Emilia (la concubina de quien luego fuera San Agustín de Hipona, uno de los Padres de la Iglesia), le enviara a Agustín luego de leer sus Confesiones (s. IV). Es la historia de una "feminista" anticipada y sin proponérselo, que muestra desde su amor herido, las flaquezas de alguien tan "grande" que llega al punto de negar un mundo compartido y feliz, un hijo fruto de ese amor, en aras de emprender un camino para el que, según su influyente madre (Santa Mónica) estaba predestinado. En lugar de regocijarse por haber sido feliz, Agustín se arrepiente, y "confiesa" esas flaquezas en las que nunca debió haber caído... La carta de Floria está llena de sarcasmo hacia ese "grande" que la niega luego de abandonarla, que niega su amor, su sensualidad, y que lo ha convertido, según sus palabras, en un "eunuco", capaz de negar la misma naturaleza con que Dios lo ha dotado.
Dice Floria a (Aurelio) Agustín...

Al otro lado del puente había unos comerciantes; a ellos les compraste el camafeo que ahora tengo apretado en mi mano. Dios me perdone por concentrarme en algo "carnal", pero es todo lo que tengo. Yo no he visto ningún resplandor en mi interior, ni he tenido visiones ni oído voces, en ese aspecto soy una mujer simple. No te deseo más que el bien para la salvación de tu alma. La vida es breve y yo sé muy poco. Pero imagina, Aurelio, que no hubiera ningún cielo sobre nosotros, imagina que hayamos sido creados sólo para vivir esta vida. En ese caso, ojalá nuestras almas vuelen sobre el Arno eternamente; pues fue en Florencia donde floreció Floria y fue bajo el sol de un áureo atardecer en el Arno cuando tu frente, Aurelio, brilló como el oro.

A ésta Floria que reivindica el amor, la vida, la sensualidad, que es capaz de defender con sus palabras llenas de pasión e inteligencia todo en lo que creyó y a quien entregó su vida entera, es a quien tomo como ropaje para volcar mis propias palabras. Aquí estarán las que sólo hablan de mí o de mi historia, pero escritas por mí, las que tienen que ver con algo más que puedo ser si soy capaz de volcarlo en las palabras, que tratan de sacar de adentro de mí lo que estaba medio escondido, tapado por necesidades de expresión más cotidianas, o más urgentes. Estaban (están) dentro de mí, e irán saliendo, como pueden, y quizá, con suerte, encuentren lectores que, como pasa con algunas obras artísticas, las sientan como un eco de sus propios sentires.

 Pintura romana: mujer con estilo.

¡Bienvenidos a mi blog: La pluma de Floria!
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